Llevamos ya muchos días –en realidad, varios meses– hablando del consentimiento, a propósito de la funesta ley del “solo sí es sí”. Un consentimiento que, a diferencia de lo que dice el Gobierno, siempre ha estado en el centro de la ley: por definición, la violación o cualquier otra agresión sexual siempre lo es y lo ha sido porque la víctima no ha dado su consentimiento.
En cualquier caso, lo del consentimiento me ha traído a la memoria algunos pasajes importantes de la Escritura. Y digo importantes porque se refieren al corazón de la experiencia religiosa de Israel.
De Josué a Deuteronomio
El primero es el de la alianza en el Sinaí. Aunque es verdad que esa alianza se establece conforme al modelo de los tratados de vasallaje de la antigüedad –sellados entre un rey soberano y otro vasallo, no entre iguales–, lo cierto es que la alianza entre Dios e Israel se presenta como una oferta divina que necesita el consentimiento del pueblo: “Fue, pues, Moisés, convocó a los ancianos del pueblo y les expuso todo lo que el Señor le había mandado. Todo el pueblo, a una, respondió: ‘Haremos todo cuanto ha dicho el Señor’. Moisés comunicó la respuesta del pueblo al Señor” (Ex 19,7-8).
En el último capítulo del libro de Josué se narra la renovación de la alianza nada más entrar en la tierra que el Señor les había prometido: “‘Pues bien –dice Josué–: temed al Señor; servidle con toda sinceridad; quitad de en medio los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del Río y en Egipto; y servid al Señor. Pero si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quién queréis servir: si a los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del Río o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis; que yo y mi casa serviremos al Señor’. El pueblo respondió: ‘¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros dioses!’” (Jos 24,14-16).
Quizá el mejor resumen de este consentimiento del pueblo con respecto al Señor y sus caminos lo encontremos en el libro del Deuteronomio. En lo que algunos han querido ver lo correspondiente a la parte del tratado de vasallaje en que se invocaban a los testigos garantes del pacto, podemos leer lo que Moisés dice al pueblo: “Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra. Pongo delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que viváis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que juró dar a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob” (Dt 30,19-20).
Claro que el consentimiento es fundamental; si me apuran, es la piedra de toque de todo el Código Penal y, por lo que se ve, también de la fe de Israel.