En estos días navideños, cuyo aspecto “mágico” y lleno de milagros subrayan la publicidad o el cine, conviene fijarse en la sobriedad y “normalidad” de los relatos evangélicos a la hora de contar el nacimiento de Jesús y sus circunstancias. Quizá sea esa normalidad la que hizo que, ya desde la antigüedad, gustara introducir elementos extraordinarios en ese acontecimiento, creyendo que de ese modo se ponía de relieve la categoría de aquel que nacía.
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Un ejemplo de esto lo encontramos en un evangelio apócrifo conocido como ‘Evangelio del Pseudo-Mateo’, un texto del siglo VI en el que se recogen episodios de otros apócrifos anteriores. Así, llegada la hora del parto de María, José busca dos comadronas. La primera de ellas, Zelomí, comprueba con asombro que María es virgen. Al oír las palabras de Zelomí, “la otra comadrona, llamada Salomé, dijo: ‘Yo no puedo creer eso que oigo si no me aseguro por mí misma’. Y Salomé, entrando, dijo a María: ‘Permíteme tocarte y asegurarme de que lo que ha dicho Zelomí es verdad’. Y como María le diese permiso, Salomé adelantó la mano. Y al tocarla, súbitamente, su mano se secó, y de dolor se puso a llorar amargamente, y a desesperarse, y a gritar: ‘Señor, tú sabes que siempre te he temido, que he atendido a los pobres sin pedir nada a cambio, que nada he admitido de la viuda o del huérfano, y que nunca he despachado a un menesteroso con las manos vacías. Y he aquí que hoy me veo desgraciada por mi incredulidad y por dudar de vuestra virgen’. Y, hablando ella así, un joven de gran belleza apareció a su lado y le dijo: ‘Aproxímate al niño, adóralo, tócalo con tu mano y él te curará, porque es el Salvador del mundo y de cuantos esperan en él’. Y tan pronto como ella se acercó al niño, y lo adoró, y tocó los lienzos en que estaba envuelto, su mano fue curada. Y, saliendo fuera, se puso a proclamar a grandes voces los prodigios que había visto y experimentado y cómo había sido curada, y muchos creyeron en sus palabras” (XIII,4-5).
Virgen siempre
Con una probable influencia del relato joánico de la incredulidad de Tomás (Jn 20,19-31), se aprovecha el episodio del nacimiento de Jesús para proclamar la virginidad de María. Por eso san Agustín podrá decir que María fue “Virgen al concebir a su Hijo, Virgen durante el embarazo, Virgen en el parto, Virgen después del parto, Virgen siempre” (san Agustín, Sermón 186,1).
En general, los evangelios canónicos suelen ser muy parcos y contenidos a la hora de presentar los hechos y dichos de Jesús. Confesarlo como Hijo de Dios no significa que tenga que ser Superman.