José Francisco Gómez Hinojosa, vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

Es la eclesiología, no la liturgia


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Hace ya casi 60 años que concluyeron las sesiones del Concilio Ecuménico Vaticano II (CEVII), mismos que he venido afirmando una tesis: contrariamente a lo que se piensa, sus principales aportes fueron en el terreno de la eclesiología, no de la liturgia.



Comprendo que, para muchas personas, en especial para quienes asistían desde antes de ese magno evento a las eucaristías parroquiales, los cambios que se dieron en los ritos eucarísticos -la utilización de las lenguas vernáculas, con cantos y ritmos autóctonos, la remodelación de los templos con arquitecturas más folklóricas, la presidencia de la celebración ya no de espaldas al pueblo sino frente a él, etc.- hacían suponer que esas modificaciones cultuales representaban la gran mutación de la Iglesia Católica, deseosa de adaptarse a los tiempos actuales.

Sin embargo, me parecía que el gran regalo del CEVII se había dado en el terreno de la eclesiología, no de la liturgia. Y es que las dos grandes constituciones que tocaron el tema eclesial, la dogmática Lumen Gentium y la pastoral Gaudium et Spes, presentaban una imagen de la Iglesia diferente: si antes ésta se concebía como una pirámide, en la que el Papa, los obispos, los sacerdotes y los religiosos estaban en la cúspide de la misma -y por lo tanto más cerca de Dios-, con los laicos en la base, ahora la composición era diferente, semejante a un círculo, en donde todos se situaban al mismo nivel, sin diferencias de dignidad y todos podían también estar junto a Dios.

Concilio Vaticano II

Concilio Vaticano II

La nueva figura eclesial afectaba no sólo la idea de santidad, sino también la de responsabilidad, pues con la anterior, el Papa, los obispos, los sacerdotes y religiosos eran más responsables, y los laicos menos. Ahora no: todos comprometidos de acuerdo a sus diferentes ministerios, así como todos eran dignos y podían ser santos.

Por ello, celebro lo afirmado por Darío Vitalli en entrevista para este medio. El coordinador de los expertos teólogos en el Sínodo de la Sinodalidad, y profesor de la Facultad de Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana, acaba de sostener que “el clericalismo responde a un modelo de Iglesia piramidal, fundamentado en dos bandos: los clérigos y los laicos, relegando a estos últimos a una ‘posición sujeta y pasiva'”.

Vitalli, entonces, añade una razón para el clericalismo: una eclesiología pre-vaticana, favorecedora del autoritarismo y la impunidad en los clérigos, que el espíritu sinodal quiere combatir.

Pro-vocación

Otra gripita del papa Francisco y brotan los curas que ya rezan para que se vaya al cielo. Lo que en realidad desean es que muera el espíritu de renovación y cambio que él ha impulsado. De que algún día fallecerá no hay duda. De lo que deben temer, más bien, es que su legado permanezca, independientemente de quien lo suceda.