Por mor de nuestros políticos, la amnistía ha llegado –otra vez– a nuestras vidas. Digo otra vez, porque, para los que ya tenemos algunos años, ya estuvo en el candelero durante los años de la Transición. Ahora es con motivo de lo que algunos llaman “conflicto catalán”, cuyo máximo exponente fueron los sucesos de octubre de 2017. Así, de cara a la formación del nuevo Gobierno, la amnistía se plantea como una de las cuestiones que hay que discutir, al menos por parte de algunos de los contendientes.
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El asunto me ha recordado uno de los debates que surgieron en torno a la versión bíblica llamada ‘Nueva Biblia Española’. Esa traducción vio la luz en 1975 –año de la muerte de Franco, hay que recordar–, dirigida por los padres Luis Alonso Schökel y Juan Mateos, siendo este último sobre todo el responsable de la versión del Nuevo Testamento. En la Nueva Biblia Española se aplicaba “por primera vez, de modo reflejo y sistemático, los principios formulados por la moderna lingüística y la nueva estilística, o deducidos de su práctica”. Y uno de esos principios era el de la “equivalencia dinámica”, es decir, la traducción no tanto de las palabras como tal cuanto de su sentido.
Leer en “castellano real”
De esta manera –y aquí aparece uno de los ingredientes del debate–, los términos “justificación” o “justicia”, tan propios del lenguaje paulino, se vertían en español como “amnistía”. Así leemos en la traducción de Rom 2,21: “Ahora, en cambio, independientemente de toda Ley, está proclamada una amnistía [orig.: justicia] que Dios concede, atestiguada por la Ley y los Profetas”.
“El lector español –leemos en la presentación de la Nueva Biblia Española– no tendrá que aprender un ‘castellano bíblico’ para leer y entender esta Biblia, sino que la leerá en el castellano real, vivo, de nuestros días, adaptado en cada caso al nivel estilístico del original”. No extraña, pues, que se empleara la palabra “amnistía” para verter el término –más teológico, pero quizá menos comprensible– “justificación”. Dios concedía graciosamente el perdón de los delitos del ser humano, extinguiendo así la responsabilidad de sus autores (según la definición de “amnistía” del Diccionario de la RAE), solo en virtud de la fe en Jesucristo.
Más allá de las diferencias entre indulto y amnistía en el terreno político –y sobre todo sobre su legitimidad–, lo cierto es que la justificación paulina pone ante nuestros ojos el corazón magnánimo de Dios, capaz de declarar y hacer justo al ser humano, cualesquiera que sean sus circunstancias negativas.