El sermón
No sé el porqué, pero el algoritmo de YouTube me propone con relativa frecuencia que vea el documental “Un obispo en la tormenta”, una biografía de Marcel Lefebvre realizada desde la Fraternidad San Pío X y que cuenta con casi dos horas de duración. Algunos familiares y colaboradores repasan la vida del misionero espiritano que fue nombrado obispo de Dakar en Senegal y que pasó posteriormente a la pequeña diócesis francesa de Tulle para ser después superior general de su congregación, cargo al que renunció para separarse visiblemente de las reformas surgidas en torno al Vaticano II. Trasladado a un valle suizo crearía su propio seminario y mantendría un tradicionalismo que iría más allá de lo litúrgico –ya que no simpatizaría con la propuesta ecuménica, la defensa de la libertad religiosa o la colegialidad episcopal y no solo de la protestantización de la misa con ritmo pop–. Su epitafio, tomado del apóstol Pablo, “Tradidi quod et accepi”, “he transmitido lo que recibí”, se lee ahora en un lugar preeminente en la nueva tumba de mármol construida en 2020 en la cripta de la iglesia del seminario de Ècône.
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La apelación a la tradición fue el punto fuerte en su sermón del 30 de junio de 1988 durante las consagraciones episcopales que rompieron todo canal de comunicación posible con Juan Pablo II y abrieron la puerta a una clara y rotunda excomunión. Es un mensaje poderoso que precisamente en su tumba se ha representado a Lefebvre con el alba utilizada en esa ceremonia en concreto. Pasado el tiempo, Benedicto XVI retomó los canales interrumpidos por la vía de la liturgia en 2007 con ‘Summorum pontificorum’ y el reconocimiento de aquellas consagraciones episcopales en 2009.
Más allá del grupo vinculado al obispo Lefebvre, por todo el mundo se puso de manifiesto la existencia de grupos tradicionalistas en torno a determinadas asociaciones de fieles, congregaciones de viejo y nuevo cuña o monasterios concretos de vida contemplativa… Algunos de forma regulada celebraban los sacramentos con el antiguo misal gracias algunas normas especiales de los años 80 del siglo pasado. Con el paso del tiempo se pudo comprobar que los acercamientos se daban por un lado y que la forma de celebrar la misa era un arma arrojadiza que escondía una posición teológica y eclesiológica que hacía de la comunión un horizonte irreal. Y todo esto dejando de lado el esfuerzo realizado por una reforma, la litúrgica, en la que no se avanzó con la mera improvisación o siguiendo principios masones o protestantes.
El documento
Parece que a Francisco le gusta comenzar el verano siempre con algún documento litúrgico. En julio de 2021 fue con el Motu Proprio ‘Tradiciones custodes’ sobre el uso del misal anterior al Vaticano II. Allí recordaba que el objetivo de las concesiones litúrgicas con los ritos tridentinos es que “querían ‘facilitar la comunión eclesial a aquellos católicos que se sienten vinculados a unas formas litúrgicas anteriores’ y no a otras”. En una carta explicativa a los obispos, encargados de la aplicación de la normativa que publicaba en el documento, señalaba que entre las razones para limitar al máximo el misal anterior está que “es cada vez más evidente en las palabras y actitudes de muchos que existe una estrecha relación entre la elección de las celebraciones según los libros litúrgicos anteriores al Concilio Vaticano II y el rechazo de la Iglesia y sus instituciones en nombre de lo que consideran la ‘verdadera Iglesia’”. “Es para defender la unidad del Cuerpo de Cristo que me veo obligado a revocar la facultad concedida por mis predecesores”, reitera el Papa.
Ahora, este año, ha publicado ‘Desiderio desidervi’ invitando a descubrir la belleza de la liturgia para poder transmitirla en su formación. Más allá de la cuestión del rito antiguo y el nuevo, Andrea Grillo –cuyo blog es de referencia en actualidad litúrgica– destaca la propuesta que el papa Francisco hace para redescubrir el “asombro” litúrgico y ratifica el “sentido del misterio” que transmiten la celebración cristiana –una de las críticas de los defensores de viejo ordo–. Un uso limitado de estas categorías, advierte, conlleva “reducir la experiencia de la Eucaristía a una rígida forma exterior paralela a una devoción interior sin relación con el rito”, algo en lo que se esforzó mucho el Movimiento Litúrgico y el concilio en no caer ya que “redescubrieron el sentido teológico de la liturgia”.
Escribe Francisco en el número 25 de ‘Desiderio desidervi’: “Si faltara el asombro por el misterio pascual que se hace presente en la concreción de los signos sacramentales, podríamos correr el riesgo de ser realmente impermeables al océano de gracia que inunda cada celebración. No bastan los esfuerzos, aunque loables, para una mejor calidad de la celebración, ni una llamada a la interioridad: incluso ésta corre el riesgo de quedar reducida a una subjetividad vacía si no acoge la revelación del misterio cristiano. El encuentro con Dios no es fruto de una individual búsqueda interior, sino que es un acontecimiento regalado: podemos encontrar a Dios por el hecho novedoso de la Encarnación que, en la última cena, llega al extremo de querer ser comido por nosotros. ¿Cómo se nos puede escapar lamentablemente la fascinación por la belleza de este don?” Todo un programa de reforma interior, pero de cada uno no para endosárselo al otro reduciendo la tradición al periodo que nos interese.