Para empezar
Tradicionalmente los inversores preservaban capital apostando por el activo libre de riesgo: la liquidez o activos monetarios remunerados a tipos de interés bajos pero superiores a la inflación. Hoy, con tipos de interés negativos, esta posibilidad no se da. Mantener la liquidez no solo no se remunera sino que los bancos han tenido que comenzar a cobrar por ello.
Las correcciones profundas en los mercados financieros son cada vez más frecuentes. Este entorno de incertidumbre creciente junto con la realidad de tipos de interés negativos afecta a las carteras de inversión. Nos impone el reto de preservar capital y obtener una rentabilidad acorde con nuestros objetivos.
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Por dónde nos movemos
¿Cómo podemos controlar el riesgo en un entorno de alta incertidumbre y tipos de interés negativos? La diversificación es el factor clave. Hoy, la preservación de capital pasa por plantear una estrategia de inversión diversificada, incluyendo tipos de activos descorrelacionados.
Diversificar es repartir la cartera entre diferentes activos –acciones, bonos, materias primas, inmuebles–, sectores y zonas geográficas. La esencia de su éxito se encuentra en la compensación parcial que suele producirse entre las fluctuaciones de sus precios. Una buena diversificación permite construir carteras con un riesgo global controlado aunque formen parte de ella activos de mayor riesgo.
Qué dice la Iglesia
Como apunta la CIVCSVA, “la formación ayuda a entrar en un proceso decidido de discernimiento, de purificación y de reforma”. Y continúa: “Poner en marcha procesos de formación para la dimensión económica significa acompañar el cambio, reavivando la necesidad de volverse hacia el Señor, también en orden a la economía, para ser testimonio de un modo distinto de hacer, de actuar, de vivir”.
Como en la parábola del sembrador (Mt, 13 1-9) donde la siembra cae en distintas tierras… “Otra cayó sobre tierra buena y dio fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga”. No es suficiente con invertir en un fondo monetario y esperar, sino que es necesario un análisis exhaustivo de las alternativas de inversión y pensar muy bien qué, cómo y dónde sembrar.
Cómo lo aplicamos
La gestión patrimonial pasa por la determinación de esa composición de cartera (diversificación) que permita alcanzar con el menor riesgo la rentabilidad para financiar los requerimientos financieros derivados de los proyectos desarrollados para el cumplimiento de nuestra misión.
Una estrategia de diversificación nos lleva, por ejemplo, a seleccionar acciones atendiendo a la capitalización de las empresas o sus diferentes sectores de actividad. También a incluir activos de renta fija de distintos emisores, países, corporaciones o de diferentes calificaciones crediticias. Podremos invertir también una parte del patrimonio en activos diferentes a los tradicionales como son los bonos y las acciones.
Las materias primas (metales, productos energéticos, agrícolas…), los inmuebles, las inversiones en empresas no cotizadas y las principales divisas son ejemplos de otros activos. Cada uno de ellos con su perfil de liquidez, riesgo y rentabilidad esperada. Su inclusión, siempre bien asesorados, en la cartera de inversión, puede aportar diversificación y robustez frente a las incertidumbres del mercado.
Desde la realidad
Es frecuente encontrarnos con quienes identifican el control de riesgo de su cartera con mantenerla mayoritariamente en liquidez (en la cuenta bancaria). En contextos de inflación baja y tipos de interés altos esta podría ser una vía.
Sin embargo, en contextos como el actual, con tipos de interés negativos que obligan a los bancos a cobrar por la liquidez en cuenta, junto con una inflación presionando al alza, mantener una posición mayoritaria en liquidez supone no solo la pérdida de poder adquisitivo sino la pérdida de capital.
El dinero hay que ponerlo a “trabajar” invirtiendo en una combinación de activos (diversificación) con el grado de liquidez que nos permita atender los requerimientos de nuestro flujo de caja.
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