El ecónomo que ha puesto a Dios en primer lugar ya tiene bien cimentada su actuación. Su siguiente reto será orientar sus decisiones económicas conforme a la realidad que le rodea, y especialmente a su situación concreta como institución religiosa. Para afrontar este reto es necesaria la virtud de la lealtad.
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La lealtad implica, primero, la humildad de aceptar que la realidad me supera y trasciende, que no lo puedo dominar o controlar todo. Descubrir que lo real me viene dado, y que solo puedo acogerlo y transformarlo desde mí mismo. Si parto de mí mismo y le doy prioridad a mis ideas, mis prejuicios y mis concepciones, lo más probable es que me dé de bruces con la realidad.
El hombre virtuoso sabe que lo real y lo concreto tienen la primacía sobre nuestros sueños y planificaciones. Ello no quiere decir que no los llevemos adelante, sino que debemos hacerlo siempre sabiendo que la realidad, terca, va a obligarnos a adaptarnos a ella.
La perfección
Esto podemos verlo en la comparación entre dos personajes evangélicos: Zaqueo frente al joven rico. El primero es bastante lejano a la perfección, y podríamos pensar que difícilmente va a llamar la atención de Jesús: ni es el judío ideal ni su físico le permite ser visto en una multitud.
El joven rico, por el contrario, se hace notar, y es persona de muy profundas reflexiones teóricas sobre la perfección. Sin embargo, uno de ellos se adaptará a la realidad, se subirá a un árbol para ser visto y acabará adecuando su comportamiento a lo que Jesús le pide. El otro, aferrado a sus ensoñaciones, no moverá un dedo, se irá triste a casa, y ni siquiera conservamos su nombre. Este dio prioridad a sus ideas; el otro, a la realidad, y a través de ella, a Dios.
La lealtad, en segundo lugar, se la debemos a nuestra naturaleza humana. Aunque estamos creados a imagen y semejanza de Dios, nuestra naturaleza caída es el dato clave de cara a la actuación económica que nos revela nuestra fe. Aunque en sí mismo el hombre sea bueno, existen en él potencias menos elevadas del alma que se rebelan contra el dominio del espíritu.
Muchas veces, en la actualidad, los agentes económicos actúan como si el ser humano siempre fuera perfecto, confiando financieramente en que, como por arte de magia, toda transacción u operación va a ser ética y conforme a la voluntad de Dios, siempre que sea rentable.
Ignorar el pecado original para dar prioridad al azar o a las fuerzas del mercado es negar la naturaleza humana, y con ello las virtudes que la perfeccionan. Solo puede llevarnos a acabar entronizándonos a nosotros mismos, olvidando que somos de barro y que necesitamos de la gracia. Por eso, el Miércoles de Ceniza se nos recuerda que somos polvo y en polvo nos convertiremos; o san Pablo nos reitera que “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rom 7, 16).
Respeto a la misión
De ahí la necesidad de los medios sobrenaturales, como la gracia: que el ecónomo busque en los sacramentos la ayuda que ningún manual puede darle. Pero, a su vez, el uso de los medios naturales que Dios ha puesto a su alcance, como contar con un asesoramiento financiero profesional, con experiencia y enfoque objetivo y ético, pero, sobre todo, centrado en el respeto a la misión de cada entidad.
La labor de Alveus no es otra que ayudar a que la institución cumpla con su verdadera función, posibilitando una flexibilidad en la planificación que nos permita adaptarla con el paso del tiempo. Si no partimos de la base de que somos falibles y volubles, de que tenemos una tendencia al mal de la que solo nos salva Cristo, difícilmente podremos planificar con realismo nuestros sistemas económicos y de gestión.
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