El domingo 17 de noviembre el Papa encabeza su mensaje para la III Jornada Mundial de los Pobres (III JMP) con el versículo ‘La esperanza de los pobres nunca se frustrará’ (Sal. 9, 19). Los datos que se extraen de la realidad mirando al conjunto del Estado o mirando a escala planetaria interpelan duramente, pues no son esperanzadores.
Sentirnos interpelados es lo opuesto a formar parte de la “globalización de la indiferencia” (‘Evangelii gaudium’, 54; ‘Laudato si’’, 52) que llega a justificar, por mantener en “orden nuestra casa”, desde una postura de superioridad, levantar muros, explotar y oprimir a las personas y la creación.
La esperanza nunca se frustrará si sabemos “escuchar el grito de los pobres”. Si servimos con justicia y colocamos en el centro de las preocupaciones políticas y de la Iglesia ese clamor, porque su grito “es el grito de esperanza de la Iglesia“.
Empieza a ser urgente…
Si oímos ese grito, empieza a ser urgente mirar la realidad desde quienes lo lanzan, porque “no es fácil ser testigos de la esperanza cristiana en el contexto de una cultura consumista y de descarte, orientada a acrecentar el bienestar superficial y efímero. Es necesario un cambio de mentalidad para redescubrir lo esencial y darle cuerpo y efectividad al anuncio del Reino de Dios” (III JMP, 7).
Empieza a ser urgente que nos encontremos cara a cara con quienes padecen las consecuencias del empobrecimiento: desahucios, paro crónico, trabajo precario y pobre, falta de asistencia sanitaria… Hemos de acoger como propia su situación de sufrimiento y disponer nuestra existencia en la búsqueda de su bien.
Empieza a ser urgente devolverles su dignidad, su protagonismo en la vida social, a través de relaciones sociales justas, de propiciar su organización, para que articulen sus demandas, y que no sean tratados como simples objetos de la acción política.
Empieza a ser urgente construir criterios políticos que partan desde la conciencia y la práctica de la solidaridad, sentirnos responsables unos de otros y despreciar los planteamientos que persiguen el interés individual o fomentan el odio y el miedo a las personas empobrecidas.
Empieza a ser urgente “crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (‘Evangelii gaudium’, 188).
Empieza a ser urgente organizar la economía para que todos y cada uno podamos disponer de lo necesario para una vida digna y no para favorecer la acumulación en manos de unos pocos y la depredación de la Tierra.
Identificarnos con quienes sufren la injusticia
Y, en medio de esta urgencia, las comunidades eclesiales, los movimientos y asociaciones debemos actualizar esa identificación de Jesús con quienes sufren la injusticia de la pobreza (III JMP, 5) “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”(Mt. 25, 40).
Somos continuadores de lo que Él inauguró al poner a los pobres en el centro, tenemos la responsabilidad de dar esperanza a los pobres. “Es un programa que la comunidad cristiana no puede subestimar. De esto depende que sea creíble nuestro anuncio y el testimonio de los cristianos”(III JMP, 5).