Casi siempre están pasando pequeñas cosas y solo a veces nos damos cuenta de ellas. Esas pequeñas cosas que una vez las has descubierto, difícilmente las olvidas. Que no parecen importantes y quizá no cambian el mundo ni han definido tu vida, pero están ahí. Una palabra, una mirada, un olor, una sensación, un gesto…
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Aquellas pequeñas cosas, que como cantaba Serrat, se han quedado dentro y no se van del todo nunca: “uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta… Como un ladrón te acechan detrás de la puerta … te sonríen tristes y nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve”.
No hablo de esa inevitable nostalgia cuando has tenido la suerte de vivir cosas bonitas; ni de la importancia de los recuerdos que nos han ido configurando tal como somos, incluso cuando algún día podamos llegar a perder la memoria (porque ella no nos pierde a nosotros). Hablo de esa humana capacidad para percibirlas y no dejarlas pasar. Sean las que sean.
“Komorebi”
Seguramente has oído hablar de “Komorebi”, una palabra japonesa que no tiene traducción exacta en ningún otro idioma y que significa “la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles”. A veces ni siquiera somos capaces de ver las hojas de los árboles, ¡como para percibir la luz que se abre camino entre ellas! Me parece una magnífica metáfora para hablar de esas pequeñas cosas y, sobre todo, de la sensibilidad y entereza necesaria que nos permite percibirlo.
En la película “Perfect Days”, el protagonista busca cada día momentos de “komorebi” y fotografía ese efecto visual de luz y sombras en movimiento (como el silbido de las copas meciéndose), por el puro placer de disfrutarlo, de contemplarlo.
Vamos tan deprisa, enfocamos de una manera tan ridícula qué es lo importante, que corremos el peligro de llegar al final de la jornada (y de la vida) sin muchas pequeñas cosas, de esas que cantaba Serrat. Esas pequeñas cosas que no cuentas en reuniones de amigos, ni se valoran en los encuentros familiares ni enriquecen tu currículum. Esas pequeñas cosas que explican que, como Hirayama, el protagonista de “Perfect Days”, sonrías y duermas tranquilo, trates bien a la gente, hagas bien tu trabajo (limpiar los baños públicos de Tokio como si fueran un lienzo de gran valor) y sin dejar de sentir el mal y el sufrimiento del mundo, no permitas que te rompa por dentro.
¿Qué necesitamos para ser felices?, ¿qué hace que nos sintamos plenos en la vida?, ¿qué da sentido a quien somos, más allá de nuestras relaciones y nuestras soledades? O en clave ‘komorebi’, ¿cuánta luz somos capaces de percibir filtrada entre tanta nube y tantas hojas de árboles que nos rodean?