“Comenzar de cero”. Eso les va a pedir este Jueves Santo un obispo a sus sacerdotes. Olvidarse de “prestigios del pasado” que venían asociados a su condición y sacar ánimos del desconcierto generado por la crisis de los abusos “para una purificación”.
“Seguir adelante para seguir sirviendo como siempre” es lo que pretende un viejo amigo chileno, más de media vida consagrada al sacerdocio y a quien le pesa mucho, demasiado, el negro historial de abusos de su Iglesia.
Nota, dice, los achaques de la edad. “Me duele todo”. Pero sangra por otro costado: el del desprecio que vive en la calle, en los medios. Él y todos los sacerdotes de su país, anegados ahora por la duda. Recuerda que ya desde sus tiempos de seminarista, y luego como presbítero, tanto él como otros advirtieron a sus obispos de lo que estaba pasando, “pero nunca nos hicieron caso. Al contrario, aseguraban su puesto y no tomaban en cuenta nuestras palabras”. Es más, “todos nos quejamos de Karadima”. Era sabido. Pero nadie hizo nada. Tampoco el cardenal. “Y sigue en la misma”.
Ahora está trabajando, con los laicos que le van quedando en la parroquia, la carta que el papa Francisco les envió a raíz de este escándalo. La otra purificación. Pero se encuentra cansado y todo esto le ha caído como una losa. Nota la agresividad de la gente corriente en las calles. Las noticias les han puesto en el disparadero de la indignación popular y “lo seguimos pagando, cualquier cura, con agresiones, escupitajos, pintadas en nuestras parroquias…”.
También aquí hay curas que saben lo que es tener que apretar el paso cuando cruzan hacia la catedral o rumbo a su parroquia. Como el cura chileno, pagan los platos rotos por otros. Como quien ahora está a punto de comenzar su semana de pasión. Cargan con las culpas de los demás. Para volver a comenzar de cero.