La economía actual da mucha importancia al esfuerzo y al mérito. Esforzarnos en algo nos permite alcanzar una recompensa. Las cosas las logramos por méritos propios, nadie nos va a regalar nada. Así, las personas que aparecen como triunfadoras en el ruedo económico de nuestra sociedad, lo son gracias a que se han esforzado, gracias a que sus trabajos y sus desvelos les han llevado a obtener aquello que deseaban.
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El mérito se convierte así en algo importante para entender la organización actual. La estructura de la sociedad intenta organizarse de modo que aquellos que hagan los méritos suficientes obtengan su debida recompensa. Se da así una relación considerada justa ya que, ante un esfuerzo, se logra una compensación.
Esta estructura del mérito, parece lógica y la mayoría de los lectores estarían de acuerdo en que es justa. Sin embargo, cuando todo se construye sobre el mérito, sobre la recompensa debida, sobre la compensación necesaria, la sociedad pierde capacidad de agradecimiento y de compasión.
Cuando vivimos en clave de merecimiento, exigimos a la sociedad y a los demás que nos den lo que nos corresponde. La gratuidad y el agradecimiento no tienen cabida en esta manera de trabajar. Es la exigencia de lo debido, la necesidad de ser compensado, de recibir algo que corresponda a lo que yo he dado o voy a dar.
Así, a pesar de que una parte de lo que somos y de lo que vivimos responde a la suerte, a que alguien nos ha ayudado o nos ha dado algo sin que correspondamos nosotros, a una sociedad que está organizada y estructurada a nuestro servicio y nos permite un abanico de posibilidades que no podríamos alcanzar si esta no existiese, nos es difícil ser agradecidos porque lo que tenemos es la justa recompensa a nuestros esfuerzos.
Por ello tenemos una dificultad tan grande para aceptar las cosas malas que nos suceden. Las consideramos injustas y que no son un justo pago a nuestros esfuerzos. Nos preguntamos ¿cómo me puede haber sucedido esto a mí?
Porque no aceptamos el misterio de la vida, la sorpresa, lo que recibimos de los otros, no somos agradecidos por lo no merecido, aceptamos difícilmente la gratuidad, nos cerramos a la felicidad de sentirse afortunado… Solo cabe la rendición de cuentas, la equivalencia entre lo dado y lo recibido, el mérito y el merecimiento.