“No insistas en que te deje y me vuelva. Donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde tú mueras, allí moriré y allí me enterrarán. Solo la muerte podrá separarnos” (Rut 1, 16-17).
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Una bella historia de emigrantes, de acogida y de mezcla cultural-religiosa donde Noemí decide regresar a Israel y pide a Orfa y Rut, sus nueras, compañeras de camino, que se marchen con sus familias respectivas y la dejen volver sola a Belén. Con lágrimas, Orfa así lo hace. En cambio, Rut decide firmemente quedarse al lado de su suegra. Libertad de emigrar o de no emigrar. Transcurrido el tiempo, Dios premiará la fidelidad de Rut con el matrimonio con el rico Booz, de cuya descendencia procederá el Mesías, Jesús, que de emigración también “sabía” un poco. Poner nombre como en este caso a la experiencia migratoria enriquece, personaliza y nos ayuda a enfocar más correctamente este tema. Hay que ir más allá de los números que nos ofrecen los titulares de estos días a propósito de las llegadas de personas migrantes a las Canarias. De esto quiero hablar mientras estoy en una tanda de Ejercicios Espirituales de ocho días. Varias personas me han preguntado, conociendo mi dedicación al respecto, por la relación entre migraciones y espiritualidad. Varias acudieron tras haber orado ese texto precioso en esta experiencia espiritual donde Dios habla al corazón.
“Tu Dios es mi Dios”, dice Rut la moabita a Noemí la israelita. El encuentro directo entre personas es un lugar efectivo y decisivo de la revelación de Dios. Por eso el amor que se comparte, que se comunica y se enriquece entre las personas es el fundamento y la medida de la fe en Dios. Y la “doctrina” acerca de ese Dios no es más que aquello que es necesario realizar para estar cerca del otro, de los otros. Que nos llevan al conocimiento del Otro. Un gesto silencioso del amor entre las personas que puede seguir hasta la muerte. Y con cuyo acompañamiento vinculante reconcilia a los hombres entre sí por encima de las barreras ideológicas, o de confesiones distintas.
Estamos ante un texto paradigmático de acompañamiento en la ruta migratoria desde la libertad (Orafa decide volver) no solo por la adhesión a un camino compartido sino por la diversidad de las personas que lo hacen. Una ruta migratoria que nos acerca a la dimensión espiritual de las migraciones. La que impulsa cada día y su historia que merece ser contada, porque estamos hechos de historias. Galeano decía: “Los científicos dicen que los seres humanos están hecho de átomos, pero un pajarito me dijo que también estamos hechos de historias. Y por lo tanto, cada día tiene algo que contar que merece ser escuchado”. Escuchar no solo algo sino a alguien. Mas allá de los números, de las narraciones y de los titulares mediáticos diarios están las personas.
El Hierro
Partamos de los migrantes que llegan a la isla de El Hierro y a Canarias en su conjunto. Por cierto, en una ruta atlántica que no desvela a aquellos que no tocan tierra y que se pierden. Y que, de manera desconocida, pierden también su vida.
Por eso, como hacen Rut y Noemí, hay que intentar implicarse de corazón con estas personas. Palpar las situaciones concretas y sus latidos. Mas allá de las cifras de los llegados estos días. O más allá del emotivismo que provoca esta tragedia humana, podremos vincularla profunda y certeramente a la dimensión simbólica y espiritual que forma parte de la vida humana.
La cifras provocan una extraña sensación si solo nos quedamos en ellas. Porque además de los números –aunque solo fuera un caso–, también está la emoción ante tanta tragedia. Bien por la intensidad del drama, o por el sufrimiento y el dolor de tanta gente llamando a nuestra puerta. Y que nos permite intuir y acercarnos a la profundidad y a la extensión del sufrimiento ajeno sobre todo cuando es despreciado. Por los otros y por los nuestros. Y por la fácil respuesta –y a veces justificación política– de que es un asunto de “ellos” y de los países de donde vienen.
La espiritualidad, ayuda a ver esta y toda la realidad “habitada” por el Dios de la vida, el Dios humanizado de los cristianos, y se ofrece como instrumento privilegiado de interpretación para evitar la mirada superficial de los datos y del emotivismo. Y otorgar una perspectiva que nos lleve desde lo llamativo a lo esencial que moviliza.
En esta oferta de los Ejercicios estoy insistiendo en que el acompañamiento personal y común “de” y “a” Jesús itinerante nos descubre discípulos –como yo humildemente me siento– compartiendo la compañía y la mesa, la relación orante, contemplativa pero siempre aplicada a la vida, con aquellas personas excluidas y pobres (de ayer y de hoy) que Jesús cultivaba en una cultura de la hospitalidad y acogida. Vivieron a su lado como uno de los principales signos de la “buena noticia”. Y se encontraban con Él en su camino (el físico y el de la búsqueda de sentido).
Y el Espíritu siempre sopla para hacer presente el encuentro con Jesús o con el otro especialmente en una época como la actual en la que el individualismo personal o partitocrático erosiona las relaciones mutuas. Este favorece la exclusión social que priva a numerosas personas del reconocimiento y la amistad de los demás, así como de su dignidad humana.
Jesús, el migrante
Jesús realiza su misión como migrante, como peregrino en tierra extraña, incomprendido por los suyos, siempre en camino, sin casa, ni sustento propio. En el camino va actualizando y haciendo presente el reino. Es en el camino donde tiene la oportunidad de encontrarse con los otros. Con los cercanos y, sobre todo, con aquellos que son excluidos por la sociedad. Una invitación que recibió la primera comunidad desde sus orígenes y que la dinamizó para ponerse en camino –como ahora debemos actualizar sinodalmente en la práctica y no solo en las palabras– para hacerse cercanos a los migrantes.
Escribo en una noche de Ejercicios. Mirando las estrellas. Mientras me imagino el ojo insomne del “Norte”, de todos los nortes, vigilando las fronteras del Sur. Con su mirada de búho controlarán los que pueden o no pueden pasar –pues para eso está el Frontex o similares– husmeando desde sus radares que dan giros y giros pescando a los furtivos y a los errantes. Ven números y gráficos pero no saben su nombre.
Estos días busco una mirada distinta, un pensamiento ampliado, un acercarme más a lo político en lo que implicarnos poniendo a la persona en el centro, ayudando a la permanente y necesaria pedagogía al respecto, con un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante la exclusión casi permanente. La contemplación del fenómeno de la movilidad humana no requiere solo de constatación de datos o medidas políticas internacionales y estatales, sino del desarrollo de un subsuelo espiritual que nos permita como testigos una mirada más allá de la sola racionalidad, o el solo emotivismo y que permita intuir el “significado de cada migrante”. Una mirada de “estadística nueva” que permita reconocer el paso de Dios en su itinerario. Es en este ámbito sobre los que cimentar una espiritualidad de la movilidad para vivir estos tiempos complejos.
Cristo está con los migrantes
Reflexiono por eso cuál sería el radar de Cristo en su cercanía de los migrantes. Desde el impulso espiritual de esta noche siento que el radar de Cristo es su corazón. Que se dirige hacia los que llegan a Canarias y a todos los confines del mundo.
De día le daré forma a esa mirada para responder a esa llamada, adherirme y mantenerme en los proyectos migratorios.
Hoy en Ejercicios alimento el deseo de acompañar y ser acompañado (¡de corazón!) con personas como Rut y Noemí. Cristo se encuentra con ellas. Conmigo.