Tantas veces hemos leído esta expresión que probablemente no dimensionamos cuánto contenido tiene en nuestra existencia y salud física y mental. Desde Descartes en adelante, al menos en Occidente, hemos olvidado el cuerpo como parte integral de lo que somos. Nuestra psique hiperdesarrollada lo ha cosificado, desconectándonos de él. Lo “llevamos” como una carrocería más o menos cuidada, sin reconocer que, atendiéndolo activamente, podemos modelar mejor nuestras emociones y vivir más sanos en armonía con nosotros mismos y el entorno.
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Pensemos en la triada fundamental de nuestra conducta. Hay tres factores que influyen en nuestro modo de existir y que generan nuestra conducta. El primero y más prevalente en nuestra sociedad es la psique, que, a través del lenguaje, hace asociaciones y dialoga consigo misma sin cesar. El segundo factor son los vínculos que mantenemos con cosas, lugares, personas, ideas y todo lo visible e invisible. Estas “circunstancias”, interpretadas con nuestra razón y emoción, influyen bilateralmente en cómo actuamos. El tercer elemento, y el más olvidado, es nuestra biología: nuestra encarnación concreta en un cuerpo único e irrepetible, que constantemente aporta información inconsciente sobre nuestro comportamiento.
El peligro del automático
Vivir inconscientes de nuestros pensamientos y emociones es un riesgo, pues nos deja sin brújula, vacíos de identidad y vulnerables a influencias externas. Ante las circunstancias, si no modelamos conscientemente nuestra conducta y las emociones que emergen, reaccionamos impulsivamente, fomentando el individualismo y atentando contra la convivencia y la felicidad. La desconexión con nuestras sensaciones físicas puede llevar a enfermedades y al cansancio existencial. La persona que no se habita a sí misma genera un sin sentido que está afectando profundamente a la humanidad.
Las palabras de Jesús, “ser como niños para entrar al reino de los cielos”, adquieren un significado adicional. Ser como niños no es solo adoptar una apertura inocente y confiada a la vida, sino también ser coherentes con lo que nuestro cuerpo nos indica, obedeciendo a nuestra naturaleza con libertad. El dilema de la sociedad actual reside en haber creado un abismo entre la psique y la conciencia corporal, desconociendo las emociones que emergen espontáneamente del cuerpo. Muchos creen erróneamente que someter al cuerpo a rutinas específicas o medicamentos para compensar su “rebeldía” es la solución. Este camino es un atajo peligroso, ya que no hace más que incrementar los problemas de salud mental y física.
Pistas para avanzar
Es clave conocer mejor nuestro biotipo, reconociendo cómo aprehendemos la realidad. Cada persona tiene una estructura genética que define su biología y permite una forma predominante de interacción con el mundo. Los “explicativos”, por ejemplo, funcionan desde el miedo, tienen habilidades analíticas y músculos fibrosos y alargados. Los “relacionales” fluctúan entre la pena y la alegría, tienden a acumular tejido adiposo y son hábiles en relaciones humanas. Los “motrices”, con un tono muscular desarrollado, funcionan desde la rabia y la satisfacción de sus necesidades, siendo diestros en tareas físicas y ejecución.
Cada uno posee estos tres modos de aprehender distribuidos en diferente proporción, pero lo importante es trabajar desde los recursos que tenemos y ver cómo potenciarlos para ¡vivir! con una biología más coherente. Así por ejemplo, a nivel personal, si somos una persona muy relacional, tomaremos decisiones según lo que la gente espere de nosotros. La estrategia será conectarnos con nuestra parte motriz, con ejercicios que favorecen la musculatura pélvica, reduzcan la ansiedad y favorezcan la seguridad en nuestras decisiones y necesidades.
Diferentes perfiles
En las relaciones, a su vez, entender cómo piensa el otro y por qué actúa así disminuirá los conflictos. Un relacional será muy bueno para liderar equipos, un explicativo ejercerá bien las tareas analíticas y un motriz será muy eficiente. Por ejemplo, un motriz toma decisiones rápidas, mientras que un explicativo analiza cada variable.
Conocernos a nosotros mismos implica no solo una introspección psíquica y espiritual; debemos incorporar también el cuerpo que somos para vivir más sanos y en paz. Jesús se encarnó para mostrarnos también este camino, enfatizando la importancia de no dejar la corporalidad atrás.