Llevamos ya muchos días literalmente bombardeados con anuncios “buenistas” a propósito de la situación por la que estamos pasando: todo saldrá bien, esto acabará pronto, saldremos más fuertes y mejores de esta… Y es muy probable que necesitemos estos mensajes, dada la realidad, con muchos miles de muertos y contagiados y un panorama económico que se vislumbra realmente oscuro.
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Pero, sin duda, mucho más valorables son los múltiples gestos de solidaridad que hemos conocido: personas y empresas haciendo mascarillas o dispositivos sanitarios de seguridad, vecinos ofreciéndose a otros vecinos necesitados para hacer la compra o ayudarles de cualquier otra forma, taxistas que trasladan a enfermos de forma completamente desinteresada, etc.
¿Sentimentalismo?
Todos estos compromisos se diferencian de otros que parecen estar marcados más bien por ese “buenismo” que mencionábamos, llenos de sentimiento –¿sentimentalismo?–, aunque con poca o nula incidencia en la vida real, sin consistencia ni fundamento. Así, y no digo que no haya que hacerlo, ¿qué cuesta salir al balcón a aplaudir todas las tardes a las ocho?
En la línea del compromiso efectivo, en la Biblia encontramos el anuncio de una esperanza “contante y sonante” –que es la mejor manera de valorar un compromiso– en el caso del profeta Jeremías (lo encontramos en el capítulo 32). Estamos en el siglo VI a. C., apenas unos años antes de que las tropas babilonias conquisten, saqueen y destruyan la ciudad de Jerusalén. En medio de una situación dramática en que ya se percibe con claridad el peligro, el profeta Jeremías –dice el texto bíblico– recibe el oráculo del Señor en el que le insta a comprar un campo de su primo Janamel (merece la pena leer la detallada escena del acto de compra-venta).
¿Comprar campos antes de una inminente situación de calamidad nacional? Eso es precisamente lo que hace Jeremías. Pero no lo hace para hacer negocio, porque ese negocio le podía salir fatal, ya que era muy probable que acabara quedándose sin dinero y sin campo, sino justamente para lanzar un anuncio de esperanza: “Todavía se comprarán casas, campos y viñas en este país” (Jr 32,15).
La esperanza, para serlo de verdad, tiene que estar bien fundamentada. Si no, no deja de ser el azúcar que –falsamente– ayuda a tragar las más amargas píldoras.