“Mhoni Vidente ha generado conmoción en redes sociales con su más reciente predicción sobre el fin del mundo. A través de un video publicado en ‘YouTube’, anunció que el apocalipsis comenzará el 13 de mayo de 2024 y culminará el 13 de mayo de 3031”. Así abría una noticia el digital mexicano ‘El Cronista’. Al parecer, Mhoni Vidente es una famosa astróloga mexicana, aunque por aquí desconocemos sus méritos. En todo caso, como nadie de los presentes llegará al 3031 –salvo que sea una errata y se hubiera querido decir 2031– para verificar la predicción, podemos seguir la vida con la misma tranquilidad que el 12 de mayo.
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En el cristianismo de los orígenes, un elemento importante fue el anuncio inminente de la ‘parusía’, es decir, de la segunda venida de Cristo a la tierra, rodeado de gloria y majestad, que venía a ser el fin del mundo (al menos del mundo conocido hasta entonces). De hecho, esa cuestión es la que, en cierta manera, provocó que san Pablo escribiera el que ahora reconocemos como el primer escrito cristiano, que es la primera carta a los Tesalonicenses.
En efecto, en 1 Tesalonicenses parece que Pablo responde a una cuestión planteada por los cristianos de Tesalónica: ¿qué ocurrirá con los hermanos que han muerto mientras Cristo no ha aparecido en gloria? ¿Gozarán de ese acontecimiento o la muerte se lo habrá truncado para siempre?
Estaremos siempre con el Señor
San Pablo los tranquiliza: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza. […] Dios llevará con él, por medio de Jesús, a los que han muerto. Esto es lo que os decimos apoyados en la palabra del Señor: nosotros, los que quedemos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que hayan muerto; pues el mismo Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar; después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos entre nubes al encuentro del Señor, por los aires. Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes 4,13-17).
Aunque los cristianos se vieron obligados a modificar en este punto sus convicciones –la ‘parusía’, tal como la imaginaban, finalmente no se produjo–, no renunciaron a sus creencias profundas. El mismo Pablo lo afirma así: “Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor” (Rom 14,8).