El 2020 derrumbó muchos planes y nos quitó muchas cosas, pero también confirmó lo que para nosotros tiene valor, al tiempo que alentó nuevos caminos. Creo que a eso le podemos llamar evolución.
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El proceso evolutivo es comúnmente doloroso, pero efectivo, pues nos obliga a adaptarnos a una realidad para la que originalmente no estábamos preparados. Como dijera mi abuelo: “arriba ya del caballo, hay que aguantar los reparos”.
Cierto que ha sido todo un año cuesta arriba, pero también diría mi abuelo que no hay cuesta arriba sin cuesta abajo, y como la experiencia es la madre de la ciencia, vale la pena que tomemos nota de lo aprendido y demos forma a planes concretos, pues lo que se promete en la tormenta se puede olvidar en la calma.
De cara al próximo año, te comparto que me planteo vivir con mayor intensidad los pequeños detalles de mi vida cotidiana: paladear mejor un buen café, escuchar con mayor atención a mis amistades, divertirme más y preocuparme menos. Comparto la visión de Gloria Trevi cuando canta: “Las pequeñas cosas de todos los días / son las grandes cosas que tengo en la vida: / unos brazos tibios / una noche fría / una luna llena / qué rica comida… ”.
El dolor
Durante este año que concluye, al igual que yo, quizá tú también has vivido la cercanía con el dolor, la muerte y las enfermedades. Te invito a sacar algo bueno de ello y permitirte evolucionar hacia una persona mejor: alguien que disfrute mucho más de su familia y de todo lo que le rodea, alguien que valore cada minuto de su vida y pueda darle tiempo a lo que realmente es más importante.
Deseo que, durante el próximo año 2021, las bendiciones de Dios se extiendan sobre ti y en tu familia, para que puedas cumplir los proyectos que te traces, capitalizando las experiencias adquiridas y con la fortaleza de quien ha sufrido, pero ha vencido. “Porque el Señor no olvida a su pueblo, Él no abandona a su heredad”. (Sal 94,14)