Una destacada personalidad de la Iglesia argentina, que tuvo la deferencia de leer uno de los artículos que publico habitualmente, consideró que mis comentarios y opiniones pertenecen a lo que él llamó “extremismo de centro”. La expresión me sorprendió, puede parecer un contrasentido, pero entiendo lo que se quiso decir y creo que amerita una reflexión.
Se podría llamar “extremismo de centro” a esa amplia gama de opiniones, declaraciones y hasta documentos eclesiales, que están escritos y redactados con tanta obsesión por no inclinarse hacia una definición clara, hacia una toma de postura ante alguna realidad, que terminan siendo algo neutro y carente de todo interés. En algunos sectores de la Iglesia es fácil observar ese tipo de declaraciones, están conformadas por afirmaciones tan llenas de matices y aclaraciones que finalmente no se sabe lo que se quiso decir, o son completamente inútiles para iluminar cuestiones que, en ocasiones, son muy serias y necesitan imperiosamente una palabra clara. La preocupación por no ser ni de izquierda ni de derecha, ni progresista ni conservador, ni a favor ni en contra, genera textos vacíos, poblados de lugares comunes y, por qué no decirlo, insoportablemente aburridos. Entiendo que es en este sentido que se consideró mi artículo como “extremismo de centro”.
Las tecnologías de hoy obligan a escribir brevemente. No es una limitación, es un desafío. Es más difícil decir algo en pocas palabras que en muchas, pero en cualquier caso, de lo que se trata es de decir algo. Esta necesidad de brevedad y de ser preciso y claro, no es una imposición de las empresas tecnológicas sino de los lectores. En nuestro tiempo, cuando se escribe en un medio de comunicación, uno se dirige a un público que rápidamente “se le escapa” si no logra decir algo valioso en cada línea. Las personas no tienen tiempo ni ganas de demorarse en complejas elucubraciones; quieren saber qué piensa el que escribe sobre tal tema, no interesa saber por qué se piensa así, ni cómo se llegó a esa conclusión, se quiere el resultado, la respuesta, ubicar al que escribe en un lugar definido y poder estar de acuerdo o no.
Esta manera de leer y de escribir ¿nos obliga a la mediocridad en el tratamiento de todos los temas? No necesariamente, hay obras maestras escritas en muy pocas páginas y también inmensos volúmenes de una mediocridad insoportable. Sí nos obliga a ser muy concretos en lo que se quiera decir y, especialmente, nos obliga a “decir algo” que mantenga la atención del que está leyendo. Para lograr eso el camino más fácil es decir lo que el otro quiere escuchar, ya sea porque está de acuerdo y coincide con lo que piensa, o porque no lo comparte y así alimenta su discrepancia y de esa forma también lo confirma en sus ideas. Otra opción es decir algo que de alguna forma sorprenda, que no sea fácil de clasificar en los esquemas que ya se tienen en la cabeza. Pero esa forma de escribir tropieza con una enorme dificultad: requiere de lectores que se reconozcan en alguna medida ignorantes, personas que tengan conciencia de no saberlo todo y que estén abiertas a una posible sorpresa.
Un “extremista de centro” puede ser alguien que, como ya dijimos, llena su texto de tantos matices que termina no diciendo nada, o puede ser alguien difícil de etiquetar y por lo mismo molesto. Al salirse de las clasificaciones habituales invita a tomar una postura, pero no a favor o en contra de lo que está escrito; sino que anima a pensar desde las propias convicciones y no desde la comparación entre las opiniones, o prejuicios, establecidos por otros.