(José Lorenzo– Redactor Jefe)
“Se ha seguido cultivando el lamento de que es el mundo el que nos margina y no escucha a los cristianos. ¿Y no será también que es la propia Iglesia la que se automargina? Fisichella, que muy pronto vendrá a España, ya sabe todo esto, ya tiene quien se lo cuente. Pero, si hubiera que resumírselo, el diagnóstico sería igual que hace, al menos, seis años”
España preocupa en el concierto internacional. Por eso, estos días, los inspectores del FMI nos han visitado para medir nuestra musculatura económica. España también preocupa en la Santa Sede. Tanto, que inspiró al Papa el dicasterio para la Nueva Evangelización. ¿Qué se encontraría su prefecto, Rino Fisichella, si viniera a tomar el pulso pastoral de nuestra Iglesia? ¿Hallará, aparte de la JMJ, iniciativas de las que tomar nota para su Pontificio Consejo? Probablemente, sólo encontraría lamentos.
Fernando Sebastián acaba de certificar la descristianización de España. Su lamento es pasajero, fruto de la perplejidad, pues urge a actuar, a evitar las añoranzas y a volver a empezar de nuevo. Hay otros lamentos que apelan al restauracionismo y al pronto martirio como reacción al desamor de la sociedad.
Hace seis años se celebró –tras no pocas trabas–un congreso nacional de apostolado seglar. Ya entonces se constató el peligro de una Iglesia encerrada sobre sí misma, lo que incapacita para la misión. Hoy ya se puede decir que aquel congreso fue otro fiasco. Siempre se puede echar la culpa a la falta de compromiso de los laicos –y se hace–, pero habrá que reconocer que quienes más podían hacer, no han trabajado estos años en las demandas de los 2.000 representantes del asociacionismo seglar allí congregados: por un diálogo más abierto a la sociedad, respondiendo a los desafíos del mundo, impulsando nuevas pastorales, profundizando en la corresponsabilidad, apostando por una “pedagogía del amor” con los jóvenes, impulsando una evangelización que, “antes que efectiva, ha de ser afectiva”…
Por el contrario, se ha seguido cultivando el lamento de que es el mundo el que nos margina y no escucha a los cristianos. ¿Y no será también que es la propia Iglesia la que se automargina? Fisichella, que muy pronto vendrá a España, ya sabe todo esto, ya tiene quien se lo cuente. Pero, si hubiera que resumírselo, el diagnóstico sería igual que hace, al menos, seis años: una sensibilidad pastoral en guardia ante los enemigos que nos atacan; y otra que, a pesar de la tormenta, lucha por ser ejemplo de esa Iglesia acompañante que salió hace casi medio siglo del Concilio.
En el nº 2.738 de Vida Nueva.