La decisión de ser honesto cuando tu trabajo te ofrece posibilidades frecuentes, fáciles e interesantes para no serlo, y en un ambiente en el que ese tipo de honestidad no es un valor frecuente, es todo un desafío para quien tiene convicciones morales firmes; pienso que debe serlo porque no he tenido una experiencia parecida en mi vida, pero basta ver el nivel de corrupción en muchos países para hacerse una idea.
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Sin embargo, el desafío de la honestidad en ciertas ocasiones se puede convertir en peligroso incluso para la propia vida, como lo demuestra la realidad del mundo en el que vivimos. No faltan casos en la hagiografía cristiana, comenzando por Juan Bautista el precursor, continuando por Juana de Arco, los ingleses Tomás Becket y Tomás Moro, llegando hasta el juez Rosario Livatino, e incluyendo recientemente un impresionante testimonio joven del Congo, el de Floribert Bwana Chui, de la comunidad de Sant’Egidio, ya cercano a los altares. Todos ellos considerados mártires, pero no porque quien les mató fuera enemigo de la fe, sino peor todavía porque era enemigo de la honestidad, que es una virtud natural necesaria para vivir dicha fe.
Familia acomodada
Floribert Bwana Chui bin Kositi había nacido en Goma el 13 de junio de 1981, ciudad situada al este de la República Democrática del Congo, en la orilla norte del lago Kivu y en la frontera con Ruanda. Era el primer hijo de una familia acomodada, por lo que nunca le faltó nada material ni educativo. A pesar de que sus padres acabarían separándose cuando él tenía cuatro años, según las tradiciones de su país al ser el hijo mayor nunca le faltaría de nada, ni cariño ni apoyo, de hecho realizó su escolarización en instituciones privadas.
Fue hacia el final de sus estudios primarios, a la edad de 11 años, cuando Floribert recibió los sacramentos del bautismo, la eucaristía y la confirmación, los tres al mismo tiempo en su Parroquia del Espíritu Santo. Ya en la escuela primaria e incluso en el instituto, fue monaguillo y más tarde lector en la misa de la parroquia, donde también cantaba en el coro.
Rigor en la formación
Después de terminar brillantemente la escuela primaria, Floribert fue a Bukavu para matricularse en el Instituto Alfajiri (antiguo colegio «Notre Dame de la Victoire» de los padres jesuitas). Esta institución, famosa en el país por su rigor en la formación de los jóvenes, comenzó sus estudios secundarios, la conocía bien su padre porque había estudiado allí. Dos años más tarde, tras superar con éxito el ciclo de orientación, Floribert regresó a Goma para completar sus estudios secundarios en la sección Comercial y Administrativa de su antiguo colegio, el Instituto «Maman Sangara». En dicho instituto, el joven no ocultaba sus ambiciones de liderazgo y, mientras cursaba el cuarto curso superior, hizo campaña durante dos días para ser elegido delegado de clase. En el curso 1999-2000, Floribert obtuvo su diploma estatal, que le allanaba el camino a la universidad.
Así, a principios del curso 2000-2001, lo encontramos matriculado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Goma (UNIGOM), filial de la Universidad de Kisangani. Además de sus actividades escolares y académicas, Floribert estaba muy presente y era asiduo a su parroquia del Espíritu Santo. Se interesaba por todas las actividades de la iglesia y se ofrecía voluntario para diversos servicios. Sus amigos, así como sus profesores, coincidían en que era elocuente e inteligente, obtuvo matrícula de honor en el primer curso de su licenciatura. Fue también su elocuencia lo que le acercó a los profesores e incluso al rector. Floribert tenía un fuerte deseo de saber y comprender, por eso leía mucho para apoyar y profundizar sus argumentos durante los debates en clase. Le gustaba leer libros de historia, la historia de la República Democrática del Congo, grandes personajes históricos y la historia de la Iglesia. Además, como cultura general, le encantaba leer libros de política, economía y revistas, especialmente «Jeune Afrique».
Defensa de la justicia
El compromiso político de Floribert estaba ligado a la defensa de la justicia, una forma de cambiar la visión política hacia una sociedad en la que la injusticia debe desaparecer. Cuando se matriculó en la Facultad de Derecho, le animaba una gran ambición: estudiar derecho para convertirse en defensor de los derechos humanos y amigo de los pobres. Se dice que, incluso antes de terminar sus estudios universitarios, se rebeló a menudo contra las detenciones arbitrarias de personas vulnerables en la ciudad de Goma. Su activismo en movimientos asociativos, en comités estudiantiles, hizo que no pasara desapercibido. Así fue como los cuadros del RCD-Goma («Agrupación Congoleña por la Democracia») se acercaron a él para ofrecerle el puesto de Secretario Provincial encargado de la juventud, cargo que aceptó encantado.
Además, ya desde que terminó el sexto curso, era miembro activo de una asociación juvenil llamada «Amis Intimes», que fundó con sus amigos Salumu Tambwe Pierre y Dominique Ruzinge, todos ellos monaguillos de la parroquia del Espíritu Santo. Esta asociación se transformó en una ONG llamada «Amis pour la Paix», la paz, que también era una gran aspiración de Floribert. Todas las miradas de los «Amis Intimes» se dirigían en particular hacia el barrio de Birere, suburbio de Goma habitado por una población extremadamente pobre, cerca de la frontera con Ruanda, que se dedicaba a oficios turbios y una población que se preocupaba poco por la educación de los niños. Sus amigos recuerdan que él hablaba a menudo de los niños de la calle, decía que no habían elegido esa vida, que se veían obligados a vivirla por determinadas circunstancias».
Los efectos del volcán
La catástrofe provocada por la erupción del volcán Nyiragongo en 2002 brindó a Floribert y sus amigos la oportunidad de acercarse a los marginados. Su familia fue una de las víctimas, ya que su casa quedó destruida por la lava. Por ello, Floribert tuvo que abandonar Virunga y decidió trasladarse al distrito de Birere. Allí con cinco de sus amigos alquiló una pequeña habitación entre esas familias pobres. Además de los desplazados por la guerra o el volcán y los niños de la calle, a Floribert le impresionó especialmente la vida de los muchos indigentes del barrio.
En 2001, se celebró en Mbare (Butare, Ruanda) un congreso de la comunidad de Sant’Egidio. Dominique Ruzinge, Henri Mashagiro y Jean-Jacques Bakinahe asistieron y, a su regreso, sensibilizaron a otros jóvenes, entre ellos Valentin Ruzinge. Fue este último, muy cercano a Floribert, quien le guió en el camino de San Egidio. Como celoso neófito, se convirtió en el abanderado de la comunidad al sensibilizar a otros estudiantes para que se unieran al movimiento. Estos pioneros formaron así un pequeño núcleo que empezó a reflexionar en una pequeña sala que se puso a su disposición en la parroquia del Espíritu Santo de Goma. Rezaban y reflexionaban sobre temas relevantes relacionados con la paz, pero también sobre otros aspectos sociales, en particular el apoyo que se debe prestar a los pobres, que está en consonancia con las enseñanzas básicas de la Comunidad de Sant’Egidio.
Una nueva oportunidad
La conclusión de sus estudios universitarios en 2006 significó el comienzo de una nueva vida para Floribert, de un camino que estaría marcado por muchos acontecimientos. En el Congo, la obtención de un título no garantizaba necesariamente el acceso al empleo, sin embargo, la obtención de un título de Derecho ofrecía al graduado la posibilidad de hacer carrera como abogado o magistrado. Floribert y su amigo Ruzinge fueron admitidos en prácticas en la «Office Congolais de Contrôle », donde intentaban reconstituir la plantilla, reactivar las actividades de la empresa tras la guerra y la transición política. Para Floribert fue una oportunidad hacer sus prácticas, aunque esto no garantizaba necesariamente el empleo, ya que había una preselección y un examen final al término de las mismas. Durante las prácticas, el candidato tenía que especializarse en un área específica de la producción.
Al final de sus prácticas, Floribert y Dominique Ruzinge fueron contratados. Floribert tuvo que marcharse de Goma a la capital, Kinshasa, donde inició su experiencia profesional en las oficinas de la Dirección General. Su función consistía en ocuparse de los alimentos dañados, deteriorados o caducados. Según opinión unánime de los que le trataron, realizó su trabajo con dedicación, pero sus más íntimos sabían que no era feliz, pues echaba de menos a su familia, sus amigos, su comunidad. Tras un año de servicio en Kinshasa, una idea empezó a cuajar en su mente: volver a Goma. Solicitó a sus jefes un traslado por razones de conveniencia personal, y recibió la aprobación. Floribert volvió a su entorno natural, reencontrándose también con su familia, su parroquia, sus amigos desfavorecidos y los niños de la calle, sin olvidar el coro y el grupo de la Comunidad de Sant’Egidio.
El rigor en el control
En Goma, en la sede de la OCC, Floribert fue Comisario de alimentos. Según el decreto por el que se creaba esta empresa, la OCC garantizaba la calidad de los productos importados, exportados y locales. El control de calidad se realizaba verificando la conformidad de los productos con la normativa nacional e internacional. Este control se realizaba mediante análisis fisicoquímicos y microbiológicos de las muestras tomadas.
Puesto que para él el respeto a la vida es primordial, el rigor en el control, por el bien de los consumidores, vivió su rigor al no permitir abusos en forma de tráfico de alimentos modificados para ahorrar, que normalmente llegaban a los más pobres, no al resto de la sociedad. Era una consecuencia de su fuerte sentido de la justicia, del que hablan todos los que le conocieron: «Bwana Chui era un militante, que defendía la justicia para todos. Esto siempre me había llamado la atención, que de todas las cosas que quería hacer, la justicia era lo primero. Se podría decir que sacrificó su vida por la causa de la justicia. Para él era una cuestión de conciencia profesional y, al mismo tiempo, una cuestión de fe».
Transparencia vital
Uno de sus compañeros explica: «Floribert hablaba mucho de corrupción. Decía que el dinero no es nada, que más bien hay que tratar de preservar la propia dignidad. Que hay que tener cuidado con el dinero, porque vuelve ridículos a los hombres».Se comprende así, por una parte, su importantísimo papel de Comisario de los alimentos, pero también los grandes riesgos que corría al querer ser honesto ante la corrupción de la administración pública que asolaba el Congo.
Las oportunidades de ceder a las exigencias de los comerciantes corruptos empezaron pronto, como cuenta otro compañero: «Un día estaba con Floribert -recuerdo que era fin de semana, más bien el fin de semana del 30 de junio y 1 de julio, o el fin de semana anterior-, y sonó su teléfono. Le escuché hablar, brevemente, y luego, cuando colgó, le pregunté de qué se trataba. Y me dijo que era un comerciante, de Gisenyi, un tutsi, que acababa de ofrecerle dos mil dólares».
Un hombre incorruptible
Las ofertas de dinero continuaron y también la negativa por parte del Floribert, hasta pocos días antes de ser asesinado. Tenía claro que nunca aceptaría caer en la corrupción, que en este caso incluía hacer daño a las personas, concretamente a los más pobres: «Unos días antes de que lo mataran, fue un miércoles -entonces miércoles 4 de julio-, me dijo que le habían ofrecido dinero para que siguiera pasando algunos alimentos no comestibles. Me preguntó qué me parecía. No había querido aceptar ese dinero, porque no estaba bien, esa comida podía hacer daño a la gente, poner en peligro su salud, su vida. Le dije que hacía bien en negarse».
Así llegamos al sábado 7 de julio de 2007, un día ajetreado para Floribert. Tenía varias citas a las que asistir, entre ellas la boda de un primo, la fiesta de graduación de su amiga Gisèle, una reunión con la religiosa sor Jeanne Cécile y una pequeña ceremonia de ingreso en la sección juvenil del Rotary Club. Sin embargo, ninguna de estas citas tuvo lugar, pues algo muy diferente le esperaba. Hacia las 12.30 horas, entró en una tienda de ropa y salió un cuarto de hora más tarde con una corbata. En ese momento, alguien le paró y le obligó a subir a un coche sin matrícula, parecía un robo planeado.
El rumor se extiende
Más tarde, el rumor de su desaparición empezó a circular por la ciudad y se habló de un secuestro. Bahati Manegabe (chófer del ex gobernador Serufuli) afirmaría más tarde haber visto a Floribert en ese coche, sentado en el asiento trasero e inmovilizado por dos matones. Él mismo se convertiría en el objetivo de esos forajidos, que le asesinaron tres meses después, en octubre de 2007, tras haber sido víctima de un intento de secuestro, probablemente para que no identificara a los matones del joven. Por la tarde, los padres de Floribert intentaron en vano llamarle por teléfono; asimismo, la hermana sor. Jeanne Cécile, con la que tenía cita ese día, intentó llamarle varias veces, pero su teléfono estaba ilocalizable.
Al día siguiente, domingo 8 de julio, prosiguió la búsqueda, recurriendo a las emisoras de radio locales para obtener información. Al no recibir ninguna noticia, en la mañana del lunes 9 de julio, los compañeros de trabajo del joven también se movilizaron en todas direcciones, implicando a la policía y a los servicios de seguridad. Hasta el lunes por la tarde no llegaron las primeras noticias, traídas por un motorista que había encontrado el cuerpo.
Cadáver arrojado
Floribert yacía en el suelo, en un terreno baldío, a unos cientos de metros del Hotel Karibu, estaba vestido y llevaba la misma ropa que el día de su desaparición. ¿Quién habría depositado allí aquel cadáver, puesto que el secuestro había tenido lugar en la ciudad? Todo hacía pensar que el crimen se había cometido en otro lugar y que el cadáver había sido arrojado allí simplemente para borrar sus huellas.
Al no conocer la identidad de los asesinos, y menos aún la de los instigadores, surgieron varias hipótesis, entre ellas la de las motivaciones políticas, ya que Bwana Chui era miembro apto de un partido político del Congo. Pero esta hipótesis puede descartarse teniendo en cuenta que su partido fue derrotado en las últimas elecciones y que él mismo había abandonado la política tiempo antes de su muerte.
Testigos del juicio
En cambio, la hipótesis más clara es la afirmada por la mayoría de los testigos del juicio, que conocían bien la vida y la obra de Floribert: la negativa a implicarse en la corrupción en la inspección de los productos alimenticios bajo su supervisión. Muchos son los que atestiguaron que su asesinato se produjo porque se negó a permitir la entrada en la ciudad de Goma de productos en mal estado pertenecientes a algunos comerciantes de alto rango. Su inflexibilidad en su trabajo le llevó a la muerte, todos los que le conocían confirman que Floribert había intentado salvar la vida de la población. Entre los testimonios más elocuentes están los de sus amigos más íntimos, aquellos con los que compartía regularmente sus ideas:
«Bwana Chui se negó a pasar alimentos que podrían haber envenenado a tanta gente. Así que organizaron este golpe. Primero el intento de soborno y luego el golpe. Era un joven que vivía todo con gran pasión; prefería la muerte, para no hacerse corresponsable de un crimen. Por eso, puede ser un ejemplo para los que, como él, no quieren contaminarse. Su asesinato causó dolor y disgusto, por la forma en que ocurrió, porque fue torturado».
Su testimonio, que esperemos pronto sea declarado oficialmente por la Iglesia, nos recuerda aquella pregunta que, durante su viaje a África en 2015, una joven dirigió al papa Francisco: «¿Se puede justificar la corrupción por el hecho de que todo el mundo es corrupto? Cómo podemos ser cristianos y luchar contra el mal de la corrupción?». En respuesta, el Papa afirmó: «La corrupción es algo que entra dentro de nosotros. Es como el azúcar… Cada vez que aceptamos un soborno, destruye nuestro corazón y nuestro país… Como en todas las cosas, hay que empezar. Si no quieres corrupción, ¡empieza ya! Si tú no empiezas, tampoco lo hará tu vecino».