Hace unos años leí en un autor francés (olvidado en un rincón del desván de mi memoria) esta frase que me abrasó vivo: “El diluvio fue un fracaso, Dios salvó a la familia”. Eso sí que es tirar con metralla de la gorda. Pues leyendo unos papeles sobre las catequesis del encuentro de las familias, me ha traído a la memoria la frase, no al autor francés, que ni le tengo en la punta de la lengua.
Cada tres años un evento internacional congrega a algunas familias de todo el mundo para celebrar, rezar y reflexionar acerca de la importancia del matrimonio y de toda la familia como piedra angular de nuestras vidas, de la sociedad y de la Iglesia. El papa Francisco eligió Dublín (Irlanda) como sede del Encuentro Mundial de las Familias que se llevará a cabo del 21 al 26 de agosto de 2018, bajo el lema ‘El Evangelio de la Familia: Alegría para el Mundo’, dejados llevar por la exhortación apostólica ‘Amoris laetitia’, (19 de marzo de 2016) sobre el amor y la familia.
Pero sigamos con el relato. Al Creador no le salió bien la obra de los siete días. Mejor dicho, estaba todo perfecto, pero por esas cosas de la vida, el hombre y la mujer, el culmen de la creación, no estaban contentos con la situación, vamos, como que les faltaba algo… más libertad, quizás. Seréis como dioses, les dijo el Tentador, pero en qué quedamos ¿eran o no eran imágenes de Dios? Pero en nuestra memoria colectiva, en nuestro modo de hacer las cosas, siempre hay otros paraísos fuera. Y la hicieron parda.
Dios salvó a una familia entera
El segundo intento creador se plantea con un diluvio universal, pues la humanidad estaba corrompida y llena de violencia, dice el texto sagrado. La corrupción y la violencia van de la mano. La cuestión es que Dios se quejaba ante Noé porque la tierra estaba llena de violencia. Justamente la palabra Noé significa ‘descanso’ y ‘consuelo’, lo contrario de lo que se había convertido la humanidad. Así que manos a la obra, Noé sería como un Adán provisional. Pero ahora Dios se plantea salvar a toda una familia, no una única pareja, sino al clan familiar: “Entra en el arca con toda tu familia”. Esto no nos debe pasar desapercibido cuando hablamos de familia.
En las aguas bravías del diluvio, ante el caos y la destrucción de una humanidad sumergida en la violencia, navega un pequeño núcleo familiar, estable en la inestabilidad, con la única misión de salvar la naturaleza y en ellos a la humanidad. ¿Querrá decirnos algo este símbolo de unidad y de salvación?
Mientras tanto a los cristianos, respecto a la familia, nos queda acompañar, discernir e integrar la fragilidad, de tantas de ellas, incluso las que han fracasado como tal.
Pero lo importante, quizás, es que el Arca sigue a flote y navega. ¡Ánimo y adelante!