A veces, da por pensar que la vida de una parte de la clase política gira en torno a las sesiones de fotos. Es una queja común ciudadana: “Vienen, se hacen la foto inaugurando algo, y luego se van”, decían en un barrio periférico.
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Algunas revistas de los ayuntamientos les dan la razón. En ellos, líderes y lideresas sorprenden por su capacidad de asistir a eventos donde haya una fotografía que hacerse. Es más, si pilla tiempo de elecciones, parecen tener el don de la “ubicuidad”. Y que cobran por las instantáneas que se les toma.
Con las fotografías a cuesta
Entre los acompañantes del político de turno raramente encontraremos una “asesora ética”, o alguien experto conocedor de las problemáticas en cuestión… Pero no faltará un/a profesional de la fotografía -preciosa profesión, por cierto- que los retrate, lo que da buena muestra de lo importante que es en la estrategia política “hacerse la foto”.
Es, al menos, para pensarlo.
Todo ello puede tener su oportuna justificación: mostrar lo que se hace. Lo malo, es cuando se vende solo una imagen y poco más. Promesas que nunca llegan.
En cualquier caso, detrás hay una práctica política muy arraigada, máxime con la eclosión de las redes sociales: la política-marketing, escaparate, donde prima mucho más lo que “se cuenta que se va a hacer” que lo que se hace de verdad.
Las fotos que no se quieren
Y es, en ese contexto, donde adquieren un significado especial las fotos que nuestros/as dirigentes políticos/as no se quieren hacer.
Un ejemplo lo vivimos hace unos días en mi ciudad.
Fue de una intensidad inusual. Celebramos una asamblea en la calle con más de 200 personas. Allí, el absoluto protagonismo lo adquirieron las propias mujeres y hombres sin hogar, contando sus sufrimientos y aspiraciones. Después, casi 100 de las presentes (muchas de ellas sin hogar y otras sensibilizadas ante su drama), nos quedamos a dormir con cartones y mantas en la puerta del Ayuntamiento. Así, tarde o temprano, los concejales tendrían que pararse con nosotros.
Erramos. Nuestra alcaldesa, convocada expresamente, no apareció. Entró por “la puerta de atrás” y envió a dos concejales en su lugar. No quiso hacerse esa foto. ¡¿Cómo pudo ser?! Quizá, porque imaginó que la misma sería incómoda, tensa y complicada. Lo seguro es que, ocasión como esa, no se le presentará para escuchar a “los últimos de los últimos” de su ciudad.
¿Qué tiene que ocurrir, pues, para que nuestros/as gobernantes piensen menos en las fotos y más en cómo mejorar la vida maltrecha de estos ciudadanos tan vulnerables…? O, dicho de otra manera: ¿qué es lo que, al fin y al cabo, legitima, al buen cargo electo? ¿Las fotos… o los hechos?
Por cierto, que habíamos invitado también a toda la corporación municipal a pasar la noche con nosotros. Esa, sí que hubiese sido una “fotaza”.