“Si un miembro sufre, todos los miembros sufren juntos”. Partiendo de san Pablo, el Papa escribe una ‘carta al pueblo de Dios’ dramática y sin precedentes. De esta manera, se extiende a toda la Iglesia una profunda reflexión sobre la tragedia de los abusos, porque, dice, “la única forma en que podemos responder a este mal que se ha cobrado tantas vidas es vivirlo como una tarea que nos involucra y nos compete a todos, como Pueblo de Dios”.
Es evidente que en esta situación dramática las denuncias y las sentencias no son suficientes, incluso siendo indispensables. Y no es suficiente limitar la responsabilidad dentro del clero: necesitamos profundizar el análisis, captar el origen de este profundo mal y erradicarlo. Por esta razón, todos los creyentes deben participar, como lo indica el Papa Francisco. Quienes en muchos casos fueron víctimas, pero en otros, de alguna manera y en diversos grados, también fueron cómplices.
Fallos muy graves
Las modalidades de los abusos revelan fallas muy graves: el sacerdocio se tergiversa en un rol de poder que se ejerce sobre los demás, una hipócrita tapadera como si se tratara una práctica normal de comportamiento para el “bien de la Iglesia”. Básicamente, se adopta una actitud que niega cada palabra hablada por Jesús, como el Papa denuncia en su misiva al citar el Magnificat.
Pero con esta carta, Bergoglio quiere ampliar la mirada también a los laicos que han soportado y han estado en silencio durante tanto tiempo.
Silencio de los laicos
Y muchos se preguntan: ¿Por qué los fieles aceptaron callar incluso cuando eran conscientes? ¿Por qué siguen cerrando los ojos sin defender a las víctimas? Estas son preguntas, por ejemplo, de Isabelle de Gaulmyn en un libro sobre un abuso en Lyon, del que ella misma, como joven exploradora, había sido testigo y del que, en cierto sentido, se siente un poco cómplice. Incluso los laicos, de hecho, prefirieron aceptar estas situaciones en un contexto del que podrían derivarse favores y beneficios mundanos, en lugar de correr el riesgo de una batalla que los haría perder frente a las estructuras de poder percibidas como una amenaza.
De hecho, incluso algunos fieles dejaron de creer en el Evangelio y preferían una suave aquiescencia en lugar de ayudar a su Iglesia, esa comunidad de la cual, en virtud del sacerdocio bautismal, pertenecen al igual que el clero. Incluso algunos se durmieron y cerraron los ojos, como si esta situación no fuera asunto de ellos, confirmando con esta actitud el peor clericalismo.
Porque el clericalismo, dice el Papa en su carta, es precisamente esto: pensar que la Iglesia solo está representada por los sacerdotes, constituida en una jerarquía de poder, y no una comunidad de solidaridad con los creyentes que son testigos del Evangelio. En cambio, dice el Pontífice, “esta solidaridad nos pide, a su vez, denunciar todo lo que pueda poner en peligro la integridad de cualquier persona”, porque “es necesario que cada bautizado se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que necesitamos”.
Apoyo a la justicia
Precisamente por esta razón, recuerda el papa Francisco, y no por primera vez, que “decir no al abuso significa no decir fuertemente a ninguna forma de clericalismo”. En este texto, que se adentra en la raíz espiritual de la crisis, el Papa nos pide a la Iglesia, como un solo cuerpo y herido, hacer penitencia y rezar, llegando a proponer un “ayuno que nos dé hambre y sed de justicia e impulse a caminar en la verdad apoyando todas las mediaciones judiciales que sean necesarias. Un ayuno que nos sacuda y nos lleve a comprometernos desde la verdad y la caridad con todos los hombres de buena voluntad y con la sociedad en general para luchar contra cualquier tipo de abuso sexual, de poder y de conciencia”.
En resumen, es imposible imaginar una verdadera conversión en la Iglesia, dice el Papa, “sin la participación activa de todos los miembros del Pueblo de Dios”.