JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“En este momento de cambio, muchos en Madrid han acogido con esperanza el deseo de su nuevo pastor de serlo de todos…”
La secularización, sí, es una realidad apabullante, un agujero negro aún insondable, pero del que, todo hay que decirlo, algunos dentro de la Iglesia han tenido la tentación de servirse de ella como coartada. El descaro para pasar por encima de creencias de todo tipo encontró acogida en quienes habían sufrido a fuego la imposición de esas verdades. La desbandada fuera de los templos fue respondida con la bunkerización de los que se quedaron dentro. Y en esas estamos todavía…
El Concilio Vaticano II fue una providencial intuición para dar respuesta a un reto que amenazaba con dejar a la Iglesia anclada en la intrascendencia y nostalgia de épocas mejores. Y en España hubo un tiempo no muy lejano, aunque lo parezca, en que quienes se oponían al acompasamiento de la institución eclesiástica al mundo pedían el paredón para la jerarquía. Aquellos personajes fueron laminados de otra forma desde sus propias filas, con la marginación y algún que otro exilio (Echarren aprendió a amarlo y en él fue correspondido), imponiéndose poco a poco un autismo incapaz de analizar la realidad circundante, por lo que se optó por pertrecharse con sacos terreros frente a ella.
Madrid, que se prepara para acoger a su nuevo arzobispo, sabe mucho de ello. La secularización, galopante como en cualquier urbe cosmopolita, le brindó la excusa para llamar a cerrar el círculo y resistir contra viento y marea. Es cierto que no podía esperarse ni del pastor de Madrid ni de cualquier otra diócesis que resolviese la profunda crisis que hay sobre la necesidad de Dios en una sociedad como la nuestra. Pero la respuesta no podía ser la del cerrojazo en las puertas.
Abrirlas es lo que está intentado desde hace justo un año y medio el papa Francisco, incluso con peticiones de perdón y examen de conciencia en público sobre lo que no ha sido la Iglesia y debería haber sido. “Lo que Dios quiere es que seamos acogedores”, acaba de decir. Con todos, creyentes o no. Y con otros cristianos, aunque no piensen como nosotros. Eso no puede dañar la unidad, que está muy por encima. Por eso, en este momento de cambio, muchos en Madrid han acogido con esperanza el deseo de su nuevo pastor de serlo de todos y de abrirles, a todos, las puertas.
En el nº 2.907 de Vida Nueva
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