Quienes han tenido la posibilidad de observar el trabajo de un pastor que camina al frente de su rebaño, es probable que hayan experimentado la sensación de estar ante una imagen que surge del fondo de la historia. En el perfil de ese hombre seguido por las ovejas hay algo que no encaja con los tiempos actuales, algo que remite a los cuentos infantiles o a relatos poblados de fantasías. El sonido de la voz o el silbido del solitario personaje, mantiene misteriosamente unido al rebaño que lo sigue a dónde vaya. Ese vínculo, invisible, sorprendentemente es también fuerte y sólido. Es obvio que las ovejas no entienden lo que el pastor dice, solo “saben” que cerca de ese sonido tienen alimento y agua. No necesitan más, ese dato es suficiente. En esa necesidad de supervivencia radica la fortaleza del intangible vínculo. Esa figura surgida de los albores de la historia tiene una conexión innovadora con su rebaño: es inalámbrica.
El Papa, y en su medida los obispos y todos los que tienen la función de pastorear en la Iglesia, tienen también esa misteriosa forma de comunicación con su rebaño, más o menos amplio y disperso. Pero la comparación tiene sus límites: el rebaño de esos pastores no está formado por seres irracionales que solo necesitan comer y beber, sino por hombres y mujeres ávidos por comprender y, más complejo aún, ¡expresarse!: Decir lo que piensan y sienten. No solo quieren oír la voz del pastor, necesitan ser escuchados. Por eso la comunicación en la Iglesia, además de ser inalámbrica necesita de otra característica también de rigurosa actualidad: ser interactiva, de ida y vuelta. La comunicación unidireccional no es comunicación.
Inalámbrica e interactiva es cualquier conversación que mantenemos desde que los seres humanos aprendimos a comunicarnos. Así es la comunicación entre la madre y el bebé que aún no puede pronunciar palabras. Allí también hay un intenso y entrañable ida y vuelta. Así reclama el rebaño que sea la comunicación con sus pastores: un permanente y fecundo intercambio. No es suficiente el sonido de la voz, importa lo que la voz dice y también el silencio escuchante del pastor.
Pastoral de la comunicación
Hace pocos días se celebró la 50º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales y el centro de esa celebración consistió, como en las 49 oportunidades anteriores, en un mensaje, o sea, en una comunicación unidireccional. En este caso el mensaje invitaba a relacionar la comunicación y la misericordia. Como suele ocurrir con lo que brota del corazón del papa Francisco, fueron palabras iluminadoras y destinadas al debate enriquecedor. Pero también, como suele ocurrir, el debate brilló por su ausencia. La forma de la comunicación sigue siendo la misma después de estos cincuenta años en los que han pasado demasiadas cosas.
Especialmente en el ámbito de las comunicaciones ya no alcanzan los mensajes, sigue añorándose una pastoral de la comunicación que vaya más allá de la distribución de las noticias del ambiente clerical y sus aledaños. Sigue faltando un debate profundo sobre las enormes dificultades de comunicación que padecemos en la Iglesia y entre la Iglesia y la sociedad en la que ella vive. Una pastoral de la comunicación no consiste en ocupar lugares en los medios o las redes, debería ser en primer lugar una pastoral, es decir, una acción de los pastores y de quienes con ellos colaboran, para que con sus acciones, actitudes y palabras se empeñen en un constante enseñar y aprender a comunicarse más y mejor.
Una vez más Francisco enseña el camino: “solo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador.” En comunicación las personas se ponen en juego a sí mismas cuando se expresan con valentía, seriedad y libertad; cuando generan opinión y afrontan los temas importantes. No aumenta la comunicación en la Iglesia porque aumenten los mensajes, porque se reiteren hasta la saturación las palabras del Papa. Lo que importa es la densidad y el compromiso de los contenidos, y en eso aún hay mucho desconcierto y cierta orfandad.
La poderosa imagen de Francisco como un pastor que se comunica misteriosa y eficazmente no puede reemplazar el trabajo pendiente de una pastoral que no hable de la comunicación sino que la ponga en práctica.