Francisco, el sembrador


Compartir

Cuando Francisco recuerde a Colombia, destino de su vigésimo viaje internacional, recordará aquellas calles de los barrios pobres de Cartagena en donde un frenazo brusco del papamóvil le causó un golpe y una herida. Sin embargo, en la tarde, ante una compacta muchedumbre habría de recordar los días pasados como “días intensos y hermosos”.

En este día final de su peregrinación el esclavo de los esclavos, san Pedro Claver, estuvo omnipresente. Visitando el agujero en que murió, comprobaría “el espantoso estado de abandono en que había muerto”, pero al tiempo cómo un hombre reputado de mediocre ingenio había tenido la genialidad de vivir el evangelio. Esa genialidad es la que destacó en una sorprendente aplicación a la vida colombiana. Al recordar los 40 años de servicio a los esclavos anotó: no se quedó en el primer paso. Se hizo esclavo de los esclavos, de donde concluyó que a los colombianos nos corresponde ser esclavos de la paz y para siempre.

En esta jornada de Cartagena hizo el resumen de su discurso colombiano sobre la paz. Pareció leer en esos miles de rostros que lo escuchaban atentos bajo el sol de la tarde cartagenera: una expectativa esperanzada. Tanto ellos como el resto del país atraviesan un momento de crisis y desencanto provocado por la corrupción, y sobre todo, por los juegos de odio de su clase política. Francisco lo ha entendido con ese agudo sentido de las realidades presentes que palpita en el fondo de sus discursos de Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena donde le oyeron decir: “Si Colombia quiere una paz estable es importante dar ese primer paso… Colombia ha buscado a tientas la paz… La paz se construye, no hablando sino con obras”. Son expresiones duras que la audiencia recibe porque corresponden a una realidad lamentable como el paciente acoge el diagnóstico del médico que lo atiende. “Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural”.

Una nueva dimensión

Por el discurso de Francisco cruzaron los reinsertados. Buen conocedor de la realidad colombiana, sabe que la reinserción de los guerrilleros es, a la vez, un desafío a la conciencia individual y social de los colombianos. El exguerrillero necesita “ser rescatado, no destruido. Responder a la cultura de la muerte con la cultura de la vida”. Porque la tarea por hacer es de esa magnitud: construir una cultura nueva. “Recrear la vida para que vuelva a ser plenamente humana”. Son tareas que no se hacen con decretos ni con las habituales técnicas de políticos y gobernantes porque tienen que ver con la llegada a la conciencia de las personas. 

El discurso contra la droga en Francisco adquiere una nueva dimensión. En Cartagena fue un grito lacerante contra el drama de la droga; los pecados de traficantes y consumidores, dijo “hieren la convivencia y la comunidad”, un hecho que no puede dejar indiferente a nadie: “no se puede convivir en paz sin hacer algo contra lo que corrompe la vida”. 

Citando de nuevo a Gabriel García Márquez proclamó una revolución de la paz. Una palabra que podría ser retórica, pero que en el contexto de Francisco equivale a conversión o desmonte interior de los mecanismos del odio y de la guerra.

Ya lo había dicho en Villavicencio, puerta de entrada al Amazonas; para construir la Casa Común de los humanos debe rodearse la naturaleza de una cierta sacralidad.

Durante cinco días los colombianos vivieron en clave de reflexión. Ni clarines políticos, ni intereses institucionales de una Iglesia como referente, ni propaganda para atraer clientela. Como cualquier colombiano, conocedor de las heridas y sufrimientos de la sociedad, Francisco se aplicó y congregó a la nación alrededor de ese propósito, a escudriñar las raíces, la magnitud y los remedios de nuestras dolencias. Y enseñó a mirar de otro modo esas dolencias.

La restauración

En su habitual meditación a la hora del Ángelus se le oyó decir desde Cartagena: “El amor de Dios se hace concreto y cotidiano”, una delicada advertencia contra el ritualismo y uso mágico de la oración y los sacramentos: el amor de Dios, que lo hace presente en esta historia colombiana, es de acciones aquí y ahora. Y en su conocida referencia a los pobres tomó la historia del lienzo en que aparece borrosa la Virgen de Chiquinquirá: fue un lienzo despreciado, como se desprecia a tantos humanos, hasta que María Ramos con la fe sencilla de los campesinos descubrió en ese trapo la presencia de la Virgen María. “Restauró el lienzo despreciado como hace el amor con su poder restaurador de la dignidad de los desechados”.

Al ver partir el avión que lleva al Papa a Roma, los colombianos han comenzado a entender para qué vino el Papa. En la conciencia de los colombianos, esos pensamientos, esas reflexiones, esa voz están actuando como las semillas, en silencio y a la espera del momento en que la historia del país cambie como cambian los campos cuando revientan las semillas.