“El sembrador salió a sembrar…” (Mt. 13,1), el papa Francisco viajó hasta Irak y con ese gesto sembró muchas nuevas semillas que ahora nos toca cuidar y cultivar para que den fruto.
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En primer lugar, la semilla del coraje que lo impulsó a superar todos los obstáculos y riesgos. A pesar de las dificultades, el Papa enfrentó el viaje -con sus 84 años a cuestas- para expresar su cercanía y solidaridad con los cristianos que aún permanecen en esa sufrida tierra y dialogar con los representantes del Islam. Los peligros que implicaba el viaje no lo detuvieron. “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas” (Jn. 10,11-13).
Además de una demostración de valentía personal, el viaje del papa fue una muestra de su atención constante a los sufrimientos más emblemáticos de nuestro tiempo. Como su primer viaje a Lampedusa para acercarse a la tragedia de los refugiados que huyen a través del Mediterráneo, este viaje hasta Irak tiene una impactante carga simbólica: mostrar su proximidad con las víctimas de una de las guerras que también se convirtió en símbolo de las guerras de nuestro tiempo. Siguiendo los pasos del Maestro de Galilea, los gestos de Francisco son “signos”, “señales”, indican algo que va más allá de la materialidad de los hechos. Cuando Jesús hace un milagro hace un “signo”, el destinatario de su gesto no es solo el que se benefició porque recuperó la salud o por algún otro motivo, sino todos los que contemplaron la escena. El viaje a Irak, como todos los gestos de Francisco, es un “signo” destinado a todos, una semilla sembrada en cada uno de los que lo observamos.
Llegar a los corazones
La presencia del papa en la tierra de Abraham no congregó multitudes. Su paso por ciudades devastadas por la guerra fue acompañado por más custodios que feligreses. Pero el objetivo no era reunir muchedumbres sino llegar a los corazones de todos los que a través de los medios de comunicación participaron de ese viaje histórico. Y más aún, el objetivo estaba puesto en las generaciones futuras, en aquellos que todavía no han nacido en Irak y que algún día en alguna escuela estudiarán historia y se enterarán del paso de Francisco por su tierra. “El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo” (Mc 4,26).
En un mundo atrapado por la inmediatez y el corto plazo, Francisco construye mirando el futuro. Quizás ese sea el motivo por el cual muchas veces sus gestos y palabras no sean comprendidos por algunos; y quizás, también, ese sea el motivo por el cual se ha convertido en un líder mundial.
Su blanca figura entre las ruinas de un país arrasado, o ante la desierta plaza de San Pedro en plena pandemia, son semillas que irán germinando y creciendo, sin que sepamos cómo. Semillas arrojadas al viento de las imágenes de la televisión, de las redes sociales, de los portales de noticias, de las voces de las radios, de las primeras planas de los periódicos. Semillas sembradas en infinidad de corazones por esos medios de comunicación tantas veces criticados y mal utilizados pero que, como hace mucho señaló en Concilio Vaticano II, son “maravillosos inventos de la técnica” que el mismo Dios nos ha regalado (I.M. 1).