Francisco ha hecho historia con el caso del cardenal McCarrick


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No es muy habitual poder decir con certeza que hemos sido testigos de un hecho histórico en un momento dado, pero ese ha sido el caso con el anuncio vaticano de que el Papa Francisco ha aceptado la renuncia al colegio cardenalicio del cardenal Theodore McCarrick.

Es un movimiento sin precedentes en los EEUU, la primera vez que un cardenal americano ha renunciado a su solideo y la primera vez que alguien ha salido del colegio por acusaciones de abuso sexual. Es, por tanto, la más clara confirmación hasta ahora por parte de Francisco, de que, cuando dice “tolerancia cero”, significa para todos.

La declaración también confirma la suspensión a McCarrick del ministerio público impuesta en junio pasado, pendiente del resultado del juicio canónico. Esto nos lleva a lo que pasó en febrero de 2013, cuando el cardenal escocés Keith O’Brien, enfrentándose a cargos de mala conducta sexual con seminaristas y sacerdotes, renunció a sus privilegios como miembro del colegio cardenalicio, pero no a la membresía.

Desde este momento, McCarrick ya no es cardenal. El único evento paralelo a este caso en los últimos 100 años sería el jesuita francés Luis Billot, creado cardenal por Pío X en 1911, pero quien renunció en 1927. Billot era un partidario del movimiento conservador francés “Action Française” y no quiso aceptar la petición directa del papa de que lo rechazara, lo que provocó una audiencia movidita entre él y el papa y la salida de Billot del colegio. Las acciones contra McCarrick, por supuesto, siguen a las acusaciones contra el prelado de 88 años que incluyen un caso de un niño de 11 años y décadas de fechorías sexuales con seminaristas.

Aunque el significado completo de este caso se mantendrá en silencio durante un tiempo, aquí hay tres pistas sobre ello:

1. Un caso diferente al de Pell

Primero, aunque la declaración vaticana también se refiere a permitir un juicio canónico a McCarrick, es una apuesta segura que tal decisión tan dramática no se hubiera tomado si hubiera dudas sobre el veredicto final: no es encontrarle culpable, pero parece que esta opción no está muy lejos.

Merece la pena señalar, por ejemplo, que nada de este estilo ocurrió el verano pasado cuando el cardenal australiano George Pell fue acusado de “ofensas sexuales históricas” en su país. Entonces, el Vaticano envió claras muestras de apoyo.

“La Santa Sede expresa su respeto por el sistema judicial australiano, que tendrá que decidir el fundamento de los cargos”, declaró el portavoz vaticano Greg Burke. “Al mismo tiempo, es importante recordar que el cardenal Pell ha condenado abierta y repetidamente los abusos a menores como inmorales e intolerables”. Mientras puede haber otras razones para marcar diferencias, incluyendo que Pell estaba en Roma reportando directamente al papa en el momento en que era su Secretario de Economía, es difícil imaginar que un tosco sentido de la verosimilitud de las respectivas alegaciones no sea parte de ello.

2. Tolerancia cero para todos

Segundo, no hay duda de que la gestión papal del caso McCarrick representa un importante avance para conseguir una mayor responsabilidad por los abusos sexuales.

Desde que saltó la noticia sobre McCarrick, he oído decir “sabemos qué ocurriría si fuera un sacerdote corriente”. Lo que quieren decir es que, bajo los nuevos protocolos de la Iglesia, cualquier sacerdote acusado -con credibilidad- de abusos, debe ser inmediatamente retirado del ministerio a la espera del resultado de un juicio canónico.

La pregunta es si estas reglas se aplicarían también a un príncipe de la Iglesia, especialmente uno tan prominente y cercano al actual papa, como es McCarrick. Aunque estaba retirado desde 2013, McCarrick jugó su papel tras bambalinas en la elección de Bergoglio, y desde entonces ha tenido un papel de “juglar resuelve-problemas” de Francisco.

Aceptando la renuncia de McCarrick, se ha añadido un nuevo nivel de gravedad, sugiriendo una nueva era en la que ni los miembros más “top” del club clerical pueden huir y esconderse cuando estalla una tormenta como esta.

3. ¿Y los encubridores?

Tercero, mientras el papa ha demostrado su credibilidad, hay otra piedra en su zapato a punto de aparecer: ¿Qué pasa cuando el cargo contra un cardenal no es el delito en sí, sino el encubrimiento?

En estos momentos, por ejemplo, los cardenales Ezzati y Errázuriz en Chile hacen frente a múltiples acusaciones por haber tenido conocimiento de abusos sexuales, así como de poder y conciencia, y no actuaron – en algunos casos, tratando activamente de esconder al clero involucrado.

Víctimas, activistas y afectados chilenos han exigido a ambos su salida del colegio de cardenales también, pero por ahora, tal hecho no ha tenido lugar. Hasta que una pérdida de gracia similar a la de McCarrick ocurra en los casos de Ezzati y Errázuriz -suponiendo que los cargos estén justificados-, muchos observadores considerarán que la credibilidad en el sistema todavía necesita mejorar.

Aunque Francisco ha mejorado muy significativamente su propia reputación en el tema de los escándalos de abusos, todavía no ha sacado del apuro a los obispos norteamericanos.