‘Reforma’ es una de esas palabras notablemente ambigua -casi tanto como esperanza, cambio, progreso y mejora- que cada uno asegura apoyar, pero que cada cual definiría a su manera. Por eso, la respuesta a si el papa Francisco es reformista dependerá en gran medida de lo que quieras decir con la palabra.
Muchos expertos están convencidos de que Francisco es un reformador por excelencia. El colaborador de Crux, Austen Ivereigh, por ejemplo, tituló su biografía sobre el Pontífice El Gran reformador. Para un grupo, la palabra ‘reforma’ normalmente funciona como un marcador para declarar lo que ellos perciben como la visión del Concilio VII, que es una Iglesia más misericordiosa y menos juez, una Iglesia más cercana al pueblo que a las élites, una Iglesia menos bebedora de las fuerzas conservadoras y una Iglesia descentralizada, menos dominada por Roma.
Si esta es su definición de ‘reforma’, Francisco es incuestionablemente un reformador, y uno muy digno y exitoso de arranque. Desde sus directrices para la comunión de los divorciados vueltos a casar en ‘Amoris laetitia’ hasta su decisión de devolver el control de las traducciones litúrgicas a las conferencias episcopales locales, es indiscutible que está cumpliendo con la agenda del Concilio.
Para los que tienen una idea de reforma más clásica
Por otro lado, si su idea de “reforma” es más clásica, es decir, como reafirmación de la doctrina y la disciplina tradicionales tras un período de laxitud -como la reforma franciscana, basada en un abrazo más concreto del espíritu original de la orden-, entonces Francisco no tendrá ese perfil de reformador en absoluto. En cambio, le verá como un Papa que está creando la necesidad de una reforma futura, permitiendo que las cosas vayan germinando.
Y luego están los católicos de “tema único”, para los que el Papa será o no reformista en función de cómo gestiona ese tema que les preocupa. El ejemplo más obvio de esto es la gente que está muy preocupada por la respuesta de la Iglesia a los abusos sexuales a menores, tal vez la crisis más seria que tiene que afrontar el catolicismo desde la Reforma protestante, y que no pueden llamar a Francisco un reformador.
Sí, dirán, ha dicho lo correcto, pidiendo apoyo a la política de “tolerancia cero” sobre los abusos y prometiendo una nueva cultura de control para obispos y otros superiores que no se aplican para implementar esa política. Sí, también dirán que hay razones para que los dos abusados (no sé qué término usamos para esto) que estaban en la Comisión anti abusos del Papa hayan renunciado citando la oposición vaticana interna a una agenda reformadora.
Católicos de tema único: respuesta a los abusos
También podrán decir que el Papa ha nombrado un obispo en Chile con un historial de respaldo al más importante sacerdote abusador de ese país, y se ha negado tozudamente a reconsiderar el nombramiento, incluso tras las fuertes protestas públicas.
Más aún, Francisco ha anunciado un nuevo sistema para investigar y juzgar acusaciones de encubrimiento contra obispos, pero todavía tiene que determinar cuáles van a ser los procedimientos y quién los va a llevar a cabo.
Además, está el dato de que el mandato de los miembros actuales de esa comisión, conocida como la Comisión Pontificia para la Protección de Menores llega ya a su fin y, hasta ahora, no se han nombrado nuevos miembros. Si en ese frente la reforma es realmente una prioridad, nos preguntamos por qué sucede esto.
Limpieza en el Vaticano
También está lo que muchos de los cardenales que votaron a Francisco en marzo de 2013 quieren decir por reforma, que es limpiar el propio Vaticano, especialmente la gestión del dinero, plagada de manera legendaria por los escándalos.
Si esa es la prueba, es difícil calificar a Francisco como un gran reformador. Ha lanzado tres nuevas entidades para revisar la transformación en 2014: un consejo de economía, formado por cardenales y laicos para redactar la política; un secretariado de economía para implementarla; y un auditor general independiente, para mantener la honestidad.
Hoy en día, tanto el secretariado como la oficina auditora están a la deriva, con sus jefes fuera de la foto por diversas razones, mientras que el poder real sobre las finanzas vaticanas ha ido a la Secretaría de Estado, bastión de la vieja guardia.
¿El proyecto de reforma tendrá obituario?
Muchos vaticanistas están listos para escribir obituarios para el proyecto de la reforma, mientras otros insisten en que no está nada claro todavía y el Papa podría arrancar una victoria de las garras del fracaso. El tiempo dirá, pero, por ahora, parece que la mejor nota que se le puede dar a Francisco en el examen de la limpieza financiera es un “incompleto”.
Finalmente, está la visión amateur de ‘reforma’ que pueden captar lo que muchos católicos de a pie están pensando y sintiendo estos días. A ellos no les preocupa lo que está ocurriendo en el Vaticano y no tienen gran interés en las batallas izquierda vs derecha de las malas lenguas. Lo que les ocupa es que, en el mundo exterior, parece que hay una nueva y menos hostil idea de la Iglesia, debido a la habilidad del Papa para proyectar una imagen más humana de lo que es el catolicismo.
Si Francisco es capaz de convencer a mis hijos de que hay algo positivo en la Iglesia, podrían decir estos católicos, es más que suficiente reforma para mí.