El presidente americano Donald Trump se pasó toda la semana pasada tratando desesperadamente de presentar la controvertida cumbre con Putin como si fuera un avance, aunque la impresión general haya sido de casi total capitulación en la cuestión de la injerencia rusa en la elección de 2016. “La cumbre con Rusia fue un gran éxito, excepto con el enemigo real del pueblo, las ‘fake news’ de los medios”, insistió el presidente en uno de sus típicos tweets.
Mientras Trump batalla para presentar este vínculo tan raro con Putin como algo positivo, merece recordar que no es el único líder mundial que tiene un claro problema con Rusia. El papa Francisco también tiene uno, y aunque el pontífice encarna una perspectiva y una agenda totalmente distinta del líder americano, podemos estar llegando a un punto de inflexión en sus lazos con Rusia.
Desde el comienzo de su Papado en julio de 2013, el trabajo de Francisco parecía lleno de buenos augurios en el frente ecuménico, incluyendo a Rusia. No en vano, la Iglesia católica tiene un líder en el mundo desarrollado que no lleva la carga de siglos de rivalidad entre el Occidente y el Oriente de Europa y más recientemente, las tensiones de la Guerra Fría entre la esfera soviética anterior y la alianza atlántica.
Unidos ante la crisis siria
El nuevo Pontífice también trajo una visión del mundo que le permite operar fuera de los habituales marcos diplomáticos y geopolíticos, reflejada en la sintonía entre Moscú y Roma sobre el tema sirio. Putin apoyó a Francisco a finales de 2013 cuando ayudó a descabezar una ofensiva occidental anti-Assad, y en general, el Vaticano comparte el diagnóstico de Moscú de que desalojar al líder sirio sería un error.
Más aún, Putin y sus aliados ortodoxos fueron respaldados en 2014 cuando Francisco y su equipo vaticano no se les echaron encima por su incursión en el este de Ucrania. En un momento dado, Francisco incluso abroncó a su propia Iglesia católica griega –la más grande y más influyente de las iglesias orientales en comunión con Roma– por describir el conflicto en el país como “fratricida” (sugiriendo que es básicamente interno, más que el resultado de una agresión rusa).
Este deshielo entre Moscú y Roma culminó en la primera cumbre entre Francisco y el patriarca Kiril de Moscú en La Habana, Cuba, en febrero de 2016, de camino a México. La declaración conjunta de los dos hombres inflamó el sentimiento católico griego, refiriéndose a ellos como “uniatas”, un término despectivo abandonado hace mucho tiempo en el discurso ecuménico. La declaración conjunta también evitaba claramente cualquier crítica a la política rusa en Ucrania o cualquier otra mención del sufrimiento de los católicos ucranianos durante la era soviética.
Corrección ecuménica
Todo esto ha tenido una reacción contra el Papa. Los críticos le acusan –a él y al Vaticano– de excesiva “corrección ecuménica”, insistiendo que debería ser más sincero sobre Ucrania, y que debería desafiar a los ortodoxos rusos a dejar su hostilidad hacia los católicos griegos y las Iglesias orientales en general.
Básicamente, esos católicos piensan que los rusos siempre quieren el diálogo ecuménico en su terreno, y les gustaría ver al Papa recordarles quién es realmente el pez gordo de la cristiandad. Uno puede sospechar que el tratamiento de guante de seda del Vaticano viene de proteger los intereses de los católicos en Rusia, pero no es lo que piensan éstos…
“Ya que nuestra Iglesia es pequeña y débil por sí sola, estaríamos contentos si estos contactos con la Santa Sede hubieran ayudado a conseguir unos pasitos, no más”, dijo Monseñor Igor Kovalevsky, secretario general de la Conferencia Episcopal Rusa, en una entrevista en mayo con el National Catholic Reporter. “Pero parece que todo ocurre por encima de nuestras cabezas, sin muchas referencias a las condiciones locales”, apuntó Kovalesky, sugiriendo que sea lo que sea que el Vaticano está detrás en su política de distensión con Moscú, favorecer el crecimiento y la fuerza de la Iglesia local no parece estar en su lista de tareas pendientes.
Reconocer la autocefalia
Todo esto puede hacerse realidad pronto, si, como se espera, el Patriarca ecuménico de Constantinopla, el tradicional “primero entre iguales” en el mundo ortodoxo, reconoce la “autocefalia” o independencia de la rama de la Iglesia ortodoxa en Ucrania que actualmente no es parte de la Iglesia Ortodoxa rusa.
Líderes de la iglesia ucraniana independiente confiaban en que el decreto se publicaría antes del 28 de julio, cuando se celebre el 1.030 aniversario del bautismo de Kievan Rus. Parece ahora que lo más pronto puede ser en agosto, cuando se reúna el sínodo del Patriarcado Ecuménico.
Los ortodoxos ucranianos expresan su confianza en el posible resultado, especialmente después de que la apuesta por la ‘autocefalia’ fuera respaldada por el presidente del país, Petro Poroshenko y el Parlamento Nacional en abril.
Aunque la Iglesia católica griega oficialmente no toma partido en asuntos internos ortodoxos, es un secreto a voces que la mayoría de católicos ucranianos apoyan el camino de la autocefalia, considerándola como un paso importante hacia la independencia real de Ucrania no siempre siguiendo las indicaciones de Moscú.
Un amplio abanico de frentes
A un nivel práctico, miembros de las Iglesias católica griega y ortodoxa ucraniana colaboran estrechamente en un amplio abanico de frentes, y mantienen el diálogo teológico desde hace tiempo. Los ortodoxos rusos, sin embargo, han avisado de un cisma del tipo del de 1056 si Constantinopla apretara el gatillo, y la escena parece preparada para un gran enfrentamiento en el mundo ortodoxo. En mayo, en una audiencia durante su visita al clero ruso liderado por el metropolitano Hilarion de Moscú, Francisco hizo algún comentario interpretado en el campo ruso como partidario de su posición.
“La Iglesia católica, las Iglesias católicas no deberían interferir en los asuntos internos de la Iglesia ortodoxa rusa, ni siquiera en asuntos políticos”, dijo Francisco en esa sesión. “Esta es mi postura y la postura de la Santa Sede hoy. Los que se entrometen no obedecen a la Santa Sede”.
La pregunta ahora es cuán lejos está Francisco y el Vaticano dispuestos a llegar para aplacar las sensibilidades rusas, si asumimos que el decreto llega a buen puerto. Por ejemplo, cuando el Vaticano organice cumbres ecuménicas en el futuro, ¿borrarán a la autocefálica Iglesia ortodoxa ucraniana de la lista de invitados para asegurarse la participación de Rusia?
Hay mucho en juego
A principios de este año hubo rumores de una segunda cumbre entre Francisco y Kiril -probablemente el 7 de julio, cuando el Papa viajó a Bari, o más tarde, cuando viaje a los países bálticos en septiembre-. ¿Estará el Vaticano dispuesto a distanciarse de los rivales ucranianos de Moscú -y por tanto, los sentimientos de la mayoría de su rebaño en el terreno- para que esto ocurra?
Hay mucho en juego, eso seguro. Los ortodoxos rusos representan algo entre la mitad y los dos tercios de todos los creyentes ortodoxos del mundo, dependiendo de cómo cuentes, y no hay una meta ecuménica en la que no estén involucrados.
Aún más, Rusia es una potencia mundial, y si el Vaticano quiere actuar como la voz de la conciencia en el escenario global, el compromiso con Putin y su equipo es la única opción realista. Y con Trump, aunque en una clave muy diferente, la cuestión que parece destinada a impedir a Francisco que vaya más allá es cuánto es demasiado, cuando la flexibilidad y el pragmatismo, en otras palabras, se vuelven ansiada conciliación. Por ahora, el veredicto podría ser que, para ambos hombres, la respuesta sigue siendo un trabajo en marcha.