Si alguna señal divina esperaban quienes acusan a Francisco de hereje y le restan incluso legitimidad, la encontraron en el controvertido escrito sobre la Iglesia y los abusos sexuales del otro hombre de blanco que, menos oculto y en silencio de lo prometido tras su histórica renuncia, habita también en el Vaticano.
Hartos de lo que consideran un pontificado social, asqueados de celebraciones llenas de inmigrantes, pobres y víctimas de la trata, con escaso lugar, dicen, para la trascendencia, cansados de tanto abuso sexual y petición de perdón por algo que no acaban de creerse, mientras rumian con desdén la condescendencia del Papa argentino con el “lobby gay”, el escrito de Benedicto XVI les alivia seis años de desazón.
No extraña, pues, su alegría, ver que el regreso al pasado sigue a la vuelta de la esquina –algunos apelan sin rubor a los 82 años de Bergoglio, olvidándose de lo que es capaz un emérito de 92 como Ratzinger–. Sí extraña que nadie haya pensado lo que ese escrito podría desencadenar, y no solo fuera de la Iglesia, donde Francisco es empezado a ver con más simpatías que dentro, otro motivo para la sospecha.
Y no es solo la cuestión de la revolución sexual de Mayo del 68, como si todo empezase ahí… Es que, por más que se diga que el Papa emérito quería “ayudar en esta hora difícil”, no es creíble que su entorno no calibrase la erosión que causaría en el Papa y en su análisis sobre el tema tras la cumbre antiabusos de febrero.
Como cada año, Francisco acudió a felicitar la Pascua a su predecesor. Como si nada hubiese pasado. Sin embargo, la foto de familia de ambos papas recuerda, en la cara de Bergoglio, una expresión muy usada por él al referirse a lo que sucede en tantos hogares: “Es conveniente que de vez en cuando vuele algún plato”.