JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Hay ya mil y una fotos de este Papa derrochando ternura. Algunos lo confunden con populismo. Pero de lo que hoy habla la gente es de su cercanía y sencillez, de su búsqueda de la gente para fundirse con ella…”.
Con el papa Francisco no hay nueva evangelización. Al menos de momento, la suya es la “vieja” de siempre, la del cura que hace reconocible el Evangelio sin necesidad de citas a pie de página (¿será por eso que ha pedido a la Iglesia ser menos autorreferencial?); la del sacerdote que, aunque no lo tenga, encuentra el tiempo suficiente para pararse, escuchar, aconsejar, preguntar, acompañar, confiar y perdonar.
A lo mejor, simplemente era eso lo que se estaba necesitando en lugar de sesudas sesiones para poner nariz al futuro y catar los vientos de una sociedad en cambio, unos signos que no pedían más refinamientos ni introspección espiritual para gourmets de lo divino, sino, básicamente, mayor autenticidad y empatía con un mundo donde aún sobreabunda el sufrimiento ante la indiferencia casi general.
Lo ha dicho recientemente: la Iglesia tiene que salir de sí misma, ir a “las periferias”, que no son solo geográficas, sino también existenciales. Ahí necesita, es cierto, nuevos estilos pastorales (que quizá tampoco sean tan nuevos, véase el del testimonio en primera persona) en los sacerdotes, algo más que ese par de manos de barniz de impostada modernidad; pero también en los laicos, donde estas maneras forzosamente habrán de ser nuevas, pues la suya es una corresponsabilidad casi inédita, salvo que se entienda por tal el floreciente clericalismo al que se han entregado no pocos.
Ni coleccionistas de antigüedades ni de novedades, ha dicho. ¿Qué, entonces? Pues diríamos, en versión libre de la famosa máxima del asesor de un candidato a la presidencia norteamericana: “La ternura, idiota, es la ternura”, las entrañas de misericordia, la misma que muestra una madre con sus hijos.
Hay ya mil y una fotos de este Papa derrochando ternura. Algunos –los que siguen atribulados con su elección y han caído en una especie de silencio de los corderos– lo confunden con populismo. Pero de lo que hoy habla la gente es de su cercanía y sencillez, de su búsqueda de la gente para fundirse con ella en sus audiencias, y que nace “de la dulce y confortadora alegría de evangelizar”, esa en la que le gustaría que viviese la Iglesia que ahora conduce. Así, nada más y nada menos. Sin otros epítetos.
En el nº 2.842 de Vida Nueva.