Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

Franz de Castro Holzwarth: con él se abrió un nuevo camino hacia los altares


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Se van a cumplir siete años desde que el Papa Francisco aprobó un nuevo camino en la iglesia para llegar a los altares. Se trató de una innovación muy considerable y, a la vez, muy esperada por aquellos que se dedican a la labor de guiar hacia los altares a los fieles difuntos, hombres y mujeres, que el pueblo de Dios quiere proponer como futuros santos.



Era un nuevo camino además de los clásicos que ya existían, que eran la santidad como ejercicio pleno -heroico- de las virtudes o como muerte infligida por odio contra la fe y aceptada con amor. ¿En qué otro camino se podía pensar? También existía otra vía más intrincada, que era la aprobación de un culto que se hubiera difundido entre los fieles desde tiempos antiguos, concretamente desde antes de 1535, fecha que señaló en su día Urbano VIII para este tipo de casos. Figuras como Pedro Nolasco, Bruno el fundador de la Cartuja, Gertrudis de Hefta, Hildegarda de Bingen o José de Anchieta llegaron a los altares por este camino.

Evangelio genuino

Pero Francisco abría la puerta a una nueva vía para llegar a los altares -esto es a la beatificación y la canonización- cuando en 2017 selló con su autoridad los esfuerzos que los expertos en el tema llevaban realizando desde hacía años. Había un testimonio de vida cristiana que curiosamente, a pesar de tantos siglos de historia y experiencia, no había sido valorado suficientemente, y sin embargo es tan antiguo y genuino como el mismo evangelio, pues fue el mismo Jesús quien dijo: “No hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos” (Jn, 15, 13).

Franz de Castro Holzwarth

Franz de Castro Holzwarth

En el mundo en el que vivimos, en el que nuestra cultura postmoderna tiene como una de las principales características el individualismo (no que lo diga yo, sino que lo podemos leer hasta en la Wikipedia), el dar la vida por el prójimo no está de moda ni parece que lo vaya a estar, todo lo contrario, es revolucionario, contra corriente, incluso provocatorio. Por eso la Iglesia, a través concretamente del Papa Francisco en su carta apostólica ‘Maiorem hac Dilectionem’, ha querido dar una importancia máxima a este testimonio de amor más grande que, si bien para el mundo puede no significar mucho, para nosotros cristianos es testimonio y una llamada a la plenitud de nuestra vocación.

Méritos propios

A la pregunta de en qué consiste concretamente este camino del ofrecimiento de la propia vida, nuevo a la vez que antiguo, responderé con el único caso que, por ahora, la Iglesia ha aprobado como correspondiente a la nueva hipótesis aprobada por el Papa. Aunque hay otros casos en estudio, hasta ahora solamente el brasileño Franz de Castro Holzwarth ha sido declarado venerable de este modo. Y sin duda por méritos propios.

Nacido el 18 de mayo de 1942, en la ciudad de Barra do Piraí, en el Estado de Río de Janeiro, hijo de Franz y Dinorah de Castro Holzwarth (su padre era de origen germano-suizo), tuvo una infancia parecida a muchos niños de su entorno. La modesta situación familiar le llevó a trabajar a los catorce años, primero como recadero en una notaría y más tarde como funcionario en el Banco de Comercio e Industria del Estado de Minas Gerais. Al terminar el bachillerato, se trasladó a la ciudad de Jacareí, en el Estado de São Paulo, a casa de sus tíos Quinzinho y Ligia, donde comenzó a estudiar el curso preparatorio necesario para ingresar en la Facultad de Derecho. En 1963, inició sus estudios de Derecho en la Facultad del Vale du Parà, en São José dos Campos, Estado de São Paulo.

Trabajador incansable

Durante el tiempo de sus estudios muy cercano a los focolarinos, pero no llegó a hacerse uno de ellos, también participó activamente en la vida parroquial, siguiendo el ejemplo que había visto siempre en su casa. Aconsejado por su párroco, era asiduo lector de libros religiosos, en particular las obras de Thomas Merton. En 1965, Franz comenzó a trabajar como asistente en la oficina administrativa del Juez de Jacareí y en julio de 1968, después de titularse y posteriormente inscribirse en el Colegio de Abogados de Brasil, comenzó a ejercer la abogacía. Desde el principio comenzó su ascenso profesional, los jueces elogiaban unánimemente su trabajo, era preciso, muy motivado y valiente.

En 1973 Franz entró a formar parte de la APAC, Asociación para la Protección y Asistencia de los Condenados de la cárcel de San José dos Campos, trabajando junto a su fundador y amigo, el abogado Mario Ottoboni. Numerosos viajes, visitas, oraciones y encuentros fortalecieron cada vez más esta amistad y colaboración en favor de los presos. Cuando Franz visitaba las cárceles se le veía a menudo al fondo de la sala donde se reunía con los presos recitando un Ave María, o escuchando a algunos de ellos o dando consejos espirituales a otros, se dedicaba a todos, siempre les daba prioridad incluso cuando le paraban en los pasillos.

Situación límite

Llegamos al día 14 de febrero de 1981, cuando hacia la una de la tarde, el presidente de la APAC, Ottoboni, recibió una llamada telefónica del entonces jefe de la policía, João Crysóstomo de Oliveira, pidiéndole que él y Franz acudieran a la prisión de Jacareí, donde había estallado una rebelión entre los reclusos y les necesitaban como mediadores para las negociaciones y evitar un derramamiento de sangre, pues los amotinados les conocían y se fiaban de ellos. Cuando Franz, que llegó antes, estaba esperando a Ottoboni ya en la prisión, se dio cuenta en seguida de la gravedad de la situación. Se trataba de una revuelta de 12 prisioneros fuertemente armados, incluso con una ametralladora, y tenían como rehenes a tres personas: un carcelero, un empleado y un policía militar. Las autoridades habían pedido la intervención de la poderosa ‘Tropa do choque’ de la policía militar y todo hacía presagiar un final trágico.

Los amotinados pidieron a Franz y Ottoboni que actuaran como intermediarios, querían que la negociación fuese hecha por los dos abogados, y que sus vidas fuesen perdonadas. Se acordó entonces disponer dos coches: uno con algunos presos rebeldes, dos rehenes y Mario Ottoboni; el otro con el resto de los rebeldes, un rehén y Franz. El primer grupo subió al coche y fue liberado al cabo de un kilómetro sin problemas. Pero cuando llegó el momento del segundo grupo, enseguida quedó claro que la situación era diferente. La tensión entre la policía y los rebeldes seguía aumentando, el coche no estaba aparcado en el lugar acordado, y todos entendieron que las autoridades ya no querían mantener el acuerdo alcanzado. La policía empezó a exigir la liberación del soldado, el rehén, antes de entregar el coche, rompiendo así el primer acuerdo.

Órdago letal

Entretanto, Mario Ottoboni había regresado a la prisión, confirmó el éxito de la primera operación y propuso continuar de la misma manera. Pero no fue escuchado por ninguna de las autoridades. El ambiente se volvió cada vez más tenso. Franz se convirtió en mediador, luego en rehén, y por fin en víctima de un engaño. El juez aseguró que liberando al rehén se devolvería el coche y que no les pasaría nada ni a los rebeldes ni a Franz. En este punto crucial, Franz se dio cuenta de que sólo él podía ser la aguja de la balanza, ofreciéndose a sustituir al policía como rehén. Así que Franz instó a Ottoboni a acercar el coche lo más posible al lugar acordado. Mario Ottoboni dijo a los detenidos que se mantuvieran lo más cerca posible de Franz mientras se marchaban; uno de los rebeldes respondió: “Señor Mario, puede confiar en nosotros”. Inmediatamente después de este breve diálogo, Ottoboni se apresuró a salir con el rehén, dejando a Franz como mediador y rehén “a cambio” de los rebeldes.

En contra de lo que había dicho antes la policía militar, en cuanto Ottoboni y la otra persona salieron corriendo, sin que los amotinados hicieran ningún gesto de provocación, la policía empezó a disparar hacia el coche con los prisioneros y Franz. Todos fueron masacrados, incluido Franz de Castro, con más de 20 heridas de bala por todo el cuerpo, como explicaron los testigos en el juicio: “Tan pronto como el dr. Mario Ottoboni retiró al policía militar, el último rehén, el Dr. Franz de Castro Holzwarth y los detenidos amotinados fueron sumariamente fusilados, pues el primer disparo fue efectuado desde el camión de la Policía Militar que se encontraba a unos 80 metros de distancia en la misma carretera en posición transversal”.

Escudo humano

No sólo no intentó la policía militar salvar a Franz como rehén, sino que ninguno de los asesinados recibió tantos disparos como él, lo cual es bastante llamativo. A la pregunta lógica que surge de por qué la Policía Militar disparó cuando había prometido públicamente no hacerlo, responde un periodista que estuvo allí y vio todo el incidente: “Lo único que impedía esta acción era la preocupación por salvar al policía. En este sentido, Franz no era alguien relacionado con ese sistema, incluso podría haber estado molestándoles con su trabajo en la cárcel. Cuando estaba muy cerca del lugar de los hechos, me encontré con un policía dispuesto a disparar que me gritó: ‘reportero, lárgate, te van a disparar’”.

Teniendo en cuenta lo que el periodista testificó, en aquel momento para la policía militar Franz sólo constituía un elemento perturbador y casi no tenía valor como rehén, tanto que estaban listos para disparar en cuanto el policía militar fuese liberado. Y sin embargo para salvar a Franz sólo era necesario que se diera la orden de disparar a los laterales y no al centro del coche, hubiera sido posible salvarlo o solo herirlo levemente, en cambio, evidentemente la orden fue disparar todos en la dirección donde estaba el coche sin  hacer distinción entre los pasajeros del coche.

En pleno conocimiento

Franz era plenamente consciente de los riesgos que corría al tratar a diario con reclusos, y a menudo con algunos muy peligrosos, sin embargo no era temerario, sabía bien lo que hacía. Franz llegó aquel día al lugar del encuentro con Ottoboni y hablando con algunos antiguos presos en semilibertad que estaban en el Centro de Reintegração Social da APAC dijo que “iba a una misión muy importante y peligrosa, y no sabía si volvería con vida”. Sabía que podía volver o no volver, dependiendo de cuánto esfuerzo hiciese por preservar su propia vida, pero no hizo ninguno, libremente y con pleno conocimiento escogió el camino de la entrega de la propia vida, pasase lo que pasase. Y lo que pasó es que Franz de Castro Holzwarth nos dejó una muestra del amor más grande.

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Pero una decisión así es muy difícil que nazca espontánea de la noche a la mañana, lo normal es que conlleve una actitud habitual de generosidad; en el caso de Franz, su vida siempre impactó a aquellos que lo conocían, y le consiguió una gran fama entre los presos, entre sus compañeros de trabajo, entre los otros voluntarios de prisiones, y muchas otras personas que lo conocieron. No era nada especial, no se trataba de fama de santidad -para muchos sí tuvo fama de mártir tras la muerte, quizás porque parecía ser la única manera de caracterizar el sacrificio de su vida, aunque en realidad no fue mártir- solamente en general se le recordaba como un hombre bueno, generoso y ejemplar.

Y la grandeza de su testimonio es que, llegado el momento de elegir, este hombre bueno no dudó en dar la vida por los demás, como el Papa Francisco reconoció el 17 de diciembre de 2022, al declararlo Venerable.