Se me estaba quedando entre el tintero la idea de compartir con mis nietos y mis nietas la encíclica ‘Fratelli Tutti’ del papa Francisco, que hace un par de meses, cuando la tinta estaba todavía fresca, leí y comenté con “mirada de mujer”, es decir, mirada que percibe lo que desde otras miradas puede pasar desapercibido. Pero mientras la leía, en cada párrafo pensaba en mis nietas y mis nietos, en que me gustaría que la leyeran o, de pronto, leerla para ellas y para ellos con “mirada de abuela”.
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Es lo que me propongo en este blog, abierto a quien quiera unirse a la lectura de la encíclica hecha por una abuela teóloga. Se trata de leer la invitación de Francisco a soñar juntos en la fraternidad y la amistad social, como también saborear sus palabras sobre el sentido del amor en sus diversas dimensiones; repasar la parábola del buen samaritano, deteniéndonos en la invitación personal del evangelio a acercarnos solidariamente a quienes se encuentran al borde del camino y en el sentido amplio de la parábola como propuesta política y social; recorrer sus planteamientos acerca de la paz y el perdón; subrayar su interpretación de la política; y mencionar, así sea apenas de pasada, otros temas de la encíclica.
Y aunque creo que mis nietos y mis nietas saben que el papa Francisco no se anda con beaterías, también creo que vale la pena contarles que escribió la encíclica, según él mismo lo aclara, desde sus convicciones cristianas pero que procuró hacerlo “de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad” (FT 6). Quiero decir, que no hay que ser creyente para dejarse tocar por el mensaje de la encíclica.
De hecho, para Francisco, “Dios no mira con los ojos, Dios mira con el corazón. Y el amor de Dios es el mismo para cada persona sea de la religión que sea. Y si es ateo es el mismo amor” (FT 281), comenta, refiriéndose al papel de las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo y en la construcción de la paz.
La encíclica
Una encíclica es una carta que escriben los papas para exponer su pensamiento sobre un asunto. En el caso de ‘Fratelli Tutti’, sobre la fraternidad y la amistad social. La encíclica anterior la escribió sobre la ecología integral y la tituló ‘Laudato si’’. Para las dos encíclicas, el Papa se inspiró en Francisco de Asís, “el santo del amor fraterno”, que “se sentía hermano del sol, del mar y del viento” (FT 2), que porque “había entendido que ‘Dios es amor’ […] despertó el sueño de una sociedad fraterna” (FT 4).
Se acostumbra titular las encíclicas, como los demás documentos eclesiales, con las dos primeras palabra del documento en latín, lo que no ocurre en Fratelli tutti porque el encabezado son palabras en italiano de Francisco de Asís “para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio” (FT 1), según explica el autor de la encíclica. Por su parte, Laudato si’, que significa “alabado seas” o “bendito seas”, son las primeras palabras del “Cántico de las creaturas” que compuso Francisco de Asís en el que el hermano sol y la hermana agua, entre otros, entonan una alabanza a Dios en su creación.
Y volviendo a la encíclica ‘Fratelli Tutti’, en los primeros renglones el Papa anuncia que va a tomar uno de los consejos del santo de Asís a sus hermanos y hermanas, invitándolos “a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio”. Un consejo que encontré oportunísimo y que me llegó al alma en estos tiempos de distanciamiento –para mí, distanciamiento de mis nietos y mis nietas– cuando citando a Francisco, el de Asís, declara feliz a quien ame “a su hermano cuando está lejos de él como cuando está junto a él”, introduciendo con este consejo el contenido central de la encíclica: “una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite” (FT 1).
¡Qué importante es soñar juntos!
Con el debido respeto me voy a apropiar de la invitación que hace el papa Francisco en su encíclica, refiriéndose a “un deseo mundial de hermandad” que, “reconociendo la dignidad de cada persona humana, podemos hacer renacer entre todos”. Se trata de una invitación “para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos”.
Y subraya su invitación –que es la invitación que también quiero hacer a mis nietos y mis nietas– con estas palabras: “¡Qué importante es soñar juntos!” (FT 8), concretamente “con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras” (FT 6) y que se fundamenta en “un reconocimiento básico, esencial para caminar hacia la amistad social y la fraternidad universal: percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia” (FT 106). Al fin y al cabo, dirá también, “reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías” (FT 180).
De este sueño de la fraternidad y la amistad social forma parte el diálogo. Consiste, al decir de Francisco, en “acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto” (FT 198), que no se debe confundir con “un febril intercambio de opiniones en las redes sociales, muchas veces orientado por información mediática no siempre confiable. Son sólo monólogos” (FT 200). ¿De acuerdo?
El tema del amor en sus diversas dimensiones
Al leer las palabras del papa Francisco sobre el amor, he pensado en ustedes, mis nietas y mis nietos. Habla del amor auténtico que es el que “ayuda a crecer”. En el amor de sus papás ustedes han aprendido que, como dice la encíclica, “nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar” (FT 87).
Pero también han empezado a descubrir cómo –una vez más, en palabras de la encíclica– “la pareja y el amigo [o la amiga] son para abrir el corazón en círculos, para volvernos capaces de salir de nosotros mismos hasta acoger a todos. Los grupos cerrados y las parejas autorreferenciales, que se constituyen en un nosotros contra todo el mundo, suelen ser formas idealizadas de egoísmo y mera autopreservación” (FT 89).
Amplía su reflexión sobre el amor, refiriéndose al amor político con una cita de Benedicto XVI: “El amor no sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en las relaciones sociales, económicas y políticas” (FT 180) e ilustra con ejemplos muy concretos en qué consiste el amor político: “Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le construye un puente, y eso también es caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción política” (FT 186). Y subraya que “esta caridad, corazón del espíritu de la política, es siempre un amor preferencial por los últimos (FT 187); y que “en la política hay lugar para amar con ternura, que es el amor que se hace cercano y concreto” (FT 194).
Los gestos del buen samaritano
Bueno, ¿se acuerdan, mis nietos y mis nietas, de la parábola del buen samaritano? La que le contó Jesús a un maestro de la ley que le preguntó: ¿quién es mi prójimo? Francisco la aterriza, haciéndonos caer en cuenta en los gestos del samaritano que reflejan cómo “la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás”, que “la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro” (FT 66).
Pienso en cada uno de ustedes al leer en este comentario de ‘Fratelli Tutti’ que los gestos del samaritano que se acercó al hombre herido al borde del camino son los gestos “de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común” (FT 67).
Son los gestos y actitudes de quienes en ejercicio de una profesión como la medicina que Lina y Eduardo escogieron o del trabajo social que realiza María José, se acercan a quienes están esperando al borde del camino que alguien se acerque –concretamente, que se a-projime– y demuestre su solidaridad. Pero también son los gestos y actitudes de mis nietos politólogos, Fernando y Alejandro; de Camila y Pablo que participan en la gestión de la sociedad desde la economía agraria y desde la administración aeronáutica; también los de Natalia y Laura que se preparan para construir un mundo más humano como ingeniera, la una, y como arquitecta, la otra: Francisco habla del “buensamaritanismo” como propuesta política y social, precisando que “la inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos” (FT 69).
Sobre todo, la lectura de la parábola es invitación a acercarse “al que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de pertenencia”, a “dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera”, invitación también se extiende a Mariana, Felipe y Juan Fernando, que están todavía en el colegio y están aprendiendo a vivir la solidaridad.
Solidaridad que, escribe Francisco, “se expresa concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás. […] Es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. Es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del imperio del dinero. […] Es cuidar la casa común que es el planeta” (FT 114-117).
Solidaridad que quisiera que fuera como una “marca de fábrica” para mis nietos y mis nietas, como creo que ha sido para mí: solidaridad que aprendí a vivir al lado de mi mamá, que caracterizó la vida de mi papá y que, gracias a Dios, pude compartir con Fernando –el abuelo de ustedes– que se apropiaba de las necesidades de Ana de Dios, de Sandoval, de Bernarda de Tovar, de Aniceto y de otros tantos amigos a quienes procuraba ayudar como podía.
‘Fratelli Tutti’ nos recuerda que, “para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión trascendente; implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido (cf. Mt 25,40.45)” (FT 85), es decir, que desde la mirada de la fe, podemos reconocer en quienes nos a-projimamos, la presencia de Cristo. Como en la eucaristía, que es cuerpo de Cristo.
Artesanos de paz, capaces de perdonar
“Hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (FT 225), escribe Francisco, al mismo tiempo que alerta, por una parte, que “ignorar la existencia y los derechos de los otros, tarde o temprano provoca alguna forma de violencia, muchas veces inesperada” (FT 219) y, por otra parte, que “la inequidad y la falta de desarrollo humano integral no permiten generar paz” (FT 233).
Ustedes son y serán siempre artesanos y artesanas de paz. Les ha tocado vivir, en Colombia, un proceso de paz que nos ha terminado polarizando. Por eso quiero que presten atención a las palabras de Francisco sobre el valor y el sentido del perdón, que “no implica olvido. Decimos más bien que cuando hay algo que de ninguna manera puede ser negado, relativizado o disimulado, sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que jamás debe ser tolerado, justificado o excusado, sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que por ninguna razón debemos permitirnos olvidar, sin embargo, podemos perdonar”.
Refleja el perdón divino, que “es gratuito y es capaz de perdonar a quien se resiste al arrepentimiento y es incapaz de pedir perdón” (FT 250). Y aclara: “Los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por esa misma fuerza destructiva que los ha perjudicado. Rompen el círculo vicioso, frenan el avance de las fuerzas de la destrucción. Deciden no seguir inoculando en la sociedad la energía de la venganza que termina recayendo sobre ellos mismos. […] La venganza no resuelve nada” (FT 251), precisando, asimismo, que “tampoco estamos hablando de impunidad. Pero la justicia sólo se busca adecuadamente por amor a la justicia misma, por respeto a las víctimas, para prevenir nuevos crímenes y en orden a preservar el bien común, no como una supuesta descarga de la propia ira. El perdón es precisamente lo que permite buscar la justicia sin caer en el círculo vicioso de la venganza ni en la injusticia del olvido” (FT 252).
La política al servicio del bien común
No puedo dejar de presentarles el planteamiento de Fratelli tutti respecto a la política, que “es más noble que la apariencia, que el marketing, que distintas formas de maquillaje mediático. Todo eso lo único que logra sembrar es división, enemistad y un escepticismo desolador incapaz de apelar a un proyecto común”. Invita a quienes ejercen la política, pero también a quienes gestionan la sociedad desde cualquier profesión, a hacerse dos preguntas que les propongo a mis nietos hacerse hoy mirando hacia el futuro: “¿Para qué? ¿Hacia dónde estoy apuntando realmente?”. Como también les propongo que piensen en las preguntas que tendrán que hacerse en un mañana lejano cuando miren al camino andado y “reflexionando sobre el propio pasado la pregunta no será: ¿Cuántos me aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí?”, o cuántos triunfos he conquistado y cuánto dinero me he echado al bolsillo.
Francisco sugiere que tendrán, más bien, que preguntarse: “¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué provoqué en el lugar que se me encomendó?” (FT 197), preguntas que les propongo a mis nietos y mis nietas que tengan en cuenta al diseñar su futuro.
En el capítulo sobre la política insiste en que “no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia” (FT 108) y critica “el dogma de fe neoliberal” (FT 168), como también “ciertas visiones economicistas cerradas y monocromáticas en las que no parecen tener lugar los movimientos populares que aglutinan a desocupados, trabajadores precarios que, en realidad, gestan variadas formas de economía popular y de producción comunitaria; el debilitamiento de poder de los Estados nacionales, porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política; los medios y constructores de opinión pública que fomentan una cultura individualista y la organización de las sociedades al servicio de los que ya tienen demasiado poder; el paradigma tecnocrático; los errores, corrupción e ineficiencia de algunos políticos; las intolerancias fundamentalistas, los fanatismos, las lógicas cerradas, la fragmentación social y cultural; el populismo que ignora la legitimidad de la noción de pueblo” (FT 169).
Polarización, exclusión…
Finalmente, espigando en la muy rica reflexión de la encíclica, quiero mencionar algunos temas. Por ejemplo, entre las “diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros”, cómo “en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar, […] se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos” (FT 15) y que “la organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones” (FT 23).
Asimismo, en su análisis de “la realidad que vivimos”, Fratelli tutti se refiere a los movimientos populares como experiencias de solidaridad que crecen desde abajo “con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común” (FT 169); se ocupa de los derechos sin fronteras que “brotan” de la dignidad humana, declarando como “inaceptable que alguien tenga menos derechos por ser mujer e igualmente inaceptable que el lugar de nacimiento o de residencia determine menores posibilidades de vida digna y de desarrollo” (FT 127); en cuanto a los migrantes, el planteamiento es categórico: “La afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, si no es solo una abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones” (FT 128); y califica la pandemia de Covid-19 como “una tragedia global” que “despertó durante un tiempo la conciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. […] Pero el golpe duro e inesperado de esta pandemia fuera de control obligó por la fuerza a volver a pensar en los seres humanos, en todos, más que en el beneficio de algunos” (FT 32-33).
¡Ay! Se me estaba quedando suelta una frase de la encíclica que no quiero borrar y que aprovecho para poner punto final a este blog porque fundamenta toda convivencia: “reconocer al otro el derecho de ser él mismo –o ella misma– y de ser diferente” (FT 218).