No hace mucho ha saltado a los medios de comunicación una noticia que, básicamente, decía que un joven venezolano que estaba en un kayak fue tragado en aguas chilenas por una ballena. Afortunadamente, la cosa duró poco, ya que el animal escupió a su “presa” a los pocos segundos. Profundizando un poco más la noticia, los medios daban cuenta de que la ballena jorobada, aunque hubiera querido, nunca podría haberse tragado al joven, habida cuenta de que su garganta es demasiado estrecha para una presa tan grande.
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En todo caso, a la hora de comentar la noticia, los medios variaron entre asociarla a Pinocho –quizá el “precedente” más claro– o a la novela de Herman Melville ‘Moby Dick’. Pero no he oído que nadie mencionara el caso de Jonás, sin duda el precursor más antiguo y primigenio.
En efecto, en el libro de Jonás se habla de un profeta recalcitrante que, enviado por Dios a Nínive, la capital del Imperio asirio –tradicional enemigo de Israel– para predicar su conversión, se dirige a la costa de Israel para huir en dirección contraria, a Tarsis (se refiera ese término a España o a algún otro lugar en el Occidente).
Una vez embarcado, se desata una tormenta y al final los marineros acaban arrojando al mar a Jonás, porque le consideran responsable de la terrible tormenta por haber desobedecido al Señor. Es entonces cuando “el Señor envió un gran pez para que se tragase a Jonás, y allí estuvo Jonás, en el vientre del pez, durante tres días con sus noches” (Jon 2,1). Obsérvese que el texto no habla específicamente de una ballena, sino de un “gran pez”. Ni siquiera conocerían los antiguos la dieta de las ballenas, que solo se alimentan de plancton y de algún que otro pececillo, pero no de presas grandes.
Un “gran pez”
Este pez que se traga a Jonás cumple una función simbólica: la de personificación del Abismo, el lugar de la perdición. De hecho, es lo que dice Jonás explícitamente en el salmo que recita en el vientre del pez: “Invoqué al Señor en mi desgracia y me escuchó; desde lo hondo del Abismo pedí auxilio y escuchaste mi llamada” (2,3). Es muy revelador que, en escritura cuneiforme, “Nínive” se escriba con unos trazos en los que con toda claridad se ve un pez (véase “Nineveh cuneiform” en las imágenes de Google), probablemente por una relación entre Nínive y los peces.
Jonás no quería ir al centro del mal –Nínive como símbolo del Abismo– no fuera que se convirtiera por su predicación, como así narra el libro bíblico. Aunque sea mezquino, probablemente a todos nos fastidia que el malvado no reciba el castigo que en nuestra opinión merece. “¿No lo decía yo, Señor –dice Jonás–, cuando estaba en mi tierra? Por eso intenté escapar a Tarsis, pues bien sé que eres un Dios bondadoso, compasivo, paciente y misericordioso, que te arrepientes del mal” (Jon 4,2).