Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Gente con corazón (lēb)


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Repasando esta semana algunas lecturas sobre antropología bíblica me tropecé (agradable encuentro) con unos párrafos sobre el significado del término hebreo ‘lēb’ que casi siempre traducimos por corazón (‘kardía’ en griego). Los biblistas y especialistas filólogos podrían explicarnos cómo esta traducción acaba siendo errónea o al menos incompleta, como ocurre con otros términos tan importantes como ‘carne/cuerpo’, ‘alma’ o ‘espíritu’ (así tenemos los líos que tenemos con la antropología).



Dos corazones: Jesús y María

La cuestión es que, justo esta semana, celebramos dos corazones: el de Jesús y el de María. Y creo que el ‘lēb’ bíblico hebreo puede darnos alguna luz. Para empezar, reconocer que como todas las realidades importantes humanas, no son estáticas. Van evolucionando en su significado a medida que también nosotros evolucionamos en nuestro modo de entendernos, de proyectarnos, de expresarnos. Por ejemplo: ¿la palabra ‘matrimonio’ significa lo mismo para los españoles de 1915 que para los de 2020?, ¿responde a la misma experiencia vital? Creo que no. Seguramente, para cada uno de nosotros, la palabra ‘corazón’ tampoco tiene la misma resonancia hoy que hace 20 o 30 años porque “vivir con el corazón” no significa lo mismo a los 15 que a los 70. Pues bien, la devoción al Corazón de Jesús y, por extensión, al Corazón de María, también tiene su historia y su imaginario. No entro ahí. Solo me pregunto qué nueva luz quiere hoy regalarme la Iglesia al poner en el centro el corazón:

  • ‘Lēb’ es el órgano central del ser humano, situado en el interior del pecho: “se le paralizó el ‘lēb’ y se quedó como de piedra” (1Sam 25,37). Si él se para, nos quedamos inmóviles. Es una convicción anatómica pero también vital: es nuestra interioridad, nuestro “más profundo centro” en palabras de San Juan de la Cruz.
  • ‘Lēb’ indica también el ánimo o temperamento habitual de alguien: puedes ser de ‘lēb’ alegre (Dt 28,47) o de ‘lēb’ atribulado (2Sam 1,8). Si se te cae el ‘lēb’ (1Sam 17,32), es que el miedo te ha atrapado y cuando necesitas recobrar el ánimo, querrás fortalecer el ‘lēb’ (Sal 27,14).
  • Es también la sede del pensamiento, la reflexión, la sabiduría. Justo porque es el centro más íntimo de la persona. Como tus ojos son para ver y tus oídos para oír, tu lēb es para entender (Dt 8,5). Por eso, cuando se endurece nuestro ‘lēb’, dejamos de comprender y la realidad se nos hace ajena (Is 6,10).
  • El pensamiento hebreo no concibe la separación entre la teoría y la práctica. Por eso, no puede separar el deseo o la voluntad de la acción o la decisión tomada. Cambiar el corazón es cambiar la forma de vida. Escuchar a otro es entregarle tu voluntad (‘Escucha, Israel’), escuchar o percibir a Dios es obedecerle.

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Alguien sin corazón (‘lēb’) es alguien paralizado, que vive como si estuviera muerto. Es alguien sin ánimo, sin coraje, sin ganas de vivir. Es alguien incapaz de entender, de dar sentido a lo que ocurre y de actuar en consecuencia. Por eso, en relación con Dios, no obedece; quizá cumple lo que le mandan, pero no obedece de verdad: porque no escucha y si escucha no entiende y si entiende no hace memoria y olvida (Dt 6,5).

Alguien con corazón (‘lēb’) es vital, activo, dispuesto, sin temores. Es prudente y sabio porque es capaz de entender, de dar un valor ajustado; no permite que la realidad y el mal le desordene por dentro, en su más profundo centro. Pero sí le lleva a tomar decisiones siempre (si estás paralizado, tu ‘lēb’ se ha caído, recuerda) porque conocer (ver, escuchar) es obedecer. Y en esta dinámica permanente de dar y recibir, la gente con corazón son personas en relación, capaces de poner en contacto su propia intimidad con la del otro; sin trampas, sin muros, sin máscaras.

La conclusión es de cada uno. Aplíquese a María y digamos de ella lo que diríamos de una mujer con corazón (‘lēb’). Aplíquese a Jesús, Hijo de Dios vivo, que siendo verdadero Dios y verdadero hombre, si algo quiere dejar claro la Iglesia, es que tenía (tiene) corazón (‘lēb’). Abstengámonos de aplicar colores pastel, rasgos emotivos tan pasajeros como dulzones y ausencia de capacidad para razonar y actuar como Dios manda.