No porque no supiéramos que iba a suceder algún día deja de impresionar la muerte de la reina Isabel II. Ha sido una especie de presencia constante a lo largo del tiempo. Mientras ella permanecía imperturbable bajo sus sombreros, al más puro estilo británico, fue testigo de la historia y de sus cambios. En los setenta años de su reinado han variado fronteras, situaciones políticas y económicas, presidentes y Papas, pero ella seguía como jefa de estado de más de una nación y con una influencia desconcertante en muchos otros países. Aquella que parecía tan eterna como para creer que su hijo nunca llegaría a reinar y que ha tomado el té hasta con el oso Paddington, ha muerto. Con ella parece acabar una era y abrirse una nueva, que los analistas dibujan como incierta.
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Ante este acontecimiento, me interpelan dos cuestiones. Por un lado, como ya planteaba Eclesiastés en la Biblia, la muerte nos iguala a todos, seamos sabios o necios, ricos o pobres. Por muy inmortal que pareciera, también Isabel II tenía sus años contados, por eso nos viene bien recordar el consejo de Qohelet de vivir con intensidad lo cotidiano: “Que todo hombre coma y beba y disfrute bien en medio de sus fatigas, eso es don de Dios” (Ecl 3,13). Poder gozar de lo pequeño es un verdadero privilegio que se nos puede pasar desapercibido.
Idolatría
Por otro lado, la ausencia de quien ha sido una presencia continua a lo largo de tantos años de historia provoca, de manera inevitable, cierta inseguridad. Cada uno de nosotros también contamos con personas, situaciones, circunstancias e incluso ideas que siempre han estado ahí, que nos generan estabilidad y nos infunden seguridad, pero que no son permanentes ni eternas. El concepto bíblico de idolatría tiene que ver con esta idea de apuntalar nuestra existencia en lo efímero y no en Dios, que es la Roca firme sobre la que podemos sostenernos, sabiendo que siempre estará ahí con la misma solidez (Sal 18,3).
El despliegue de la “operación puente de Londres” puede ser una bonita oportunidad para apostar una vez más por vivir con pasión e intensidad lo cotidiano, para reconocer qué nos genera estabilidad y desear que el Señor sea esa Roca inamovible que protege, ampara, salva y sirve de refugio ¿no os parece?