Alegría y felicidad no son la misma cosa. Sabemos que la alegría es una emoción pasajera, mientras que la felicidad refleja una disposición general más profunda y permanente. Además, cuando a la felicidad le sumamos un componente espiritual tenemos gozo, por eso decimos que nos asomamos a los misterios gozosos –que son más que alegres, o felices- por ejemplo.
Sin embargo, a veces también sospechamos del gozo y pensamos que debe ser etéreo, temporal o contraproducente. Decimos “esto es tan agradable que no puede ser bueno”. Esa perspectiva es incorrecta y contradictoria con el genuino sentido cristiano de las cosas. El gozo, no solo es creado por Dios para nuestra vida física, psíquica y espiritual, sino que es uno de los dones del Espíritu Santo (Gal 5,22) y por tanto también es permanente. Así que esta es la temporada perfecta para retomarlo, como regalo trinitario que corona y da plenitud a nuestra felicidad.
Nuestra jornada hacia la felicidad
Conforme avanzamos en la vida, vamos descubriendo que la felicidad tiene diversos ángulos relacionados con nuestras dimensiones humanas. Aprendemos que la felicidad no se compra empaquetada, ni es resultado de elementos externos, sino fruto de disposiciones internas. Tomas de Aquino (2014) apunta que el placer natural nos impulsa al actuar y ese actuar es inherentemente bueno. Hallamos placer al comer, pues la comida nos da energía, nutrición y salud. También hay placer emocional en la alegría, al ser recibidos amablemente en un grupo. Tenemos placer intelectual al entender la realidad y descubrir la verdad, así como experimentamos placer social al convivir en armonía con los demás. Y finalmente también hay placer espiritual en la contemplación, que no es como mirar pasivamente a una estatua, sino un asombro constante y reverencial por la infinitud de Dios creativo, actuante y amoroso en cada aspecto de nuestras vidas.
Nota cómo las dimensiones de la felicidad se complementan y retroalimentan entre sí. Un buen estado de ánimo interior facilita la convivencia positiva. Y viceversa. Además, nota como la atención excesiva a alguno una de ellas genera distracciones o abandono a otras, tras lo cual la felicidad parece escurrírsenos entre los dedos. En mi caso, cuando me excedo jugando en la computadora, al día siguiente lo pago con irritaciones ocular y relacional. Igualmente, si como demasiado estaré adormecido, y no pondré atención a las providencias de la vida. Parece que el secreto reside en un justo balance dinámico.
Quizá el aspecto más difícil de la felicidad está en nuestra dimensión social, pues aún en esta era de democracias participativas, los gobernantes son fuente de recurrente de sospechas y tras el voto de confianza suspiramos por que “ojalá este sí nos salga bueno”. Qué padre sería contar con un gobernante, genuinamente justo y capaz de resolver este gran enredo que nos hemos ido creando.
Es coronada por Justicia y Paz
Los humanos tenemos esta peculiar capacidad para obstaculizar nuestra propia felicidad cuando pasamos del contacto interpersonal directo a la interacción anónima masificada. Transitamos de las sonrisas y los pactos nobles entre amigos, a la indiferencia y el agandalle en la vía pública, al abuso en los negocios y la brutalidad de la política internacional. Esta realidad no es de hoy, sino que parece ser repetitiva a lo largo de la historia. Sin embargo, las cosas no tienen por qué ser así.
Desde la privacidad de nuestras familias y empresas podemos también admirar a un líder que ama la justicia y aborrece el mal, alguien genuinamente consagrado en el óleo de la felicidad, más que cualquier otro. Alguien tan bueno que merezca gobernar a todos, y que ese gobierno dure por siempre. Alguien esperado con júbilo, como se anticipa a un novio deslumbrante en una boda perfecta. Tú y yo lo sabemos, es Cristo a quien me refiero. (Sal 45, 6-7 y Lc 1, 28-33).
Por último, así como la contemplación individual no es pasiva, la social tampoco. Nuestro quehacer cotidiano no está como para sentarnos a ver girar el mundo. Podemos colaborar con ese Príncipe de la Paz, cuando recordamos el Amor natural en todo lo creado, decidimos por lo correcto y actuamos en consecuencia. La felicidad avanza cuando vamos más allá de mirar pasivamente nuestro mundo, como si fuera un pesebre inanimado, y nos involucramos audazmente en una realidad viva donde que deseamos que se materialice el bien común, comenzando en nosotros mismos. Más allá de una salpicadita de temporada, podemos estar dispuestos a empaparnos de la vitalidad gozosa del Espíritu, derramada en abundancia.
Así que te deseo una muy Gozosa Navidad.
Referencia: Kreeft, P. (2014). Practical Theology. Spiritual Direction from Saint Thomas Aquinas. San Francisco: Ignatius Press.