Gozosamente marcados


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¡Vamos a ver! el próximo miércoles es de Ceniza y nos pilla siempre con los mismos pelos. Porque ¿realmente se produce una conversión en nuestra vida? O más bien, ¿nos ocurre como con los retos que nos marcamos a principio de año, que son siempre frustrantes? Quizás es porque esto de las penitencias nos dan un poco de pereza o nos deja indiferentes, una de las dos cosas.



Fue por el año 384 cuando la cuaresma tomó el sentido penitencial que ahora tiene para todos cristianos. Al principio era el tiempo de iniciar en los misterios a los catecúmenos que iban a ser bautizados. Después era el camino de vuelta en el cumplimiento de las promesas que hicimos en el bautismo. Lo que está claro es que siempre, la cuaresma, ha sido y es la peregrinación hacia la Pascua, culminando en la celebración de la Vigilia Pascual, la celebración de las celebraciones cristiana, más que cualquier otra que nos podamos imaginar.

Imagen de archivo de una mujer en la celebración del miércoles de ceniza/CNS

Imagen de archivo de una mujer en la celebración del miércoles de ceniza/CNS

Un camino de conversión

No fue hasta el siglo XI (allá por el año mil) cuando en Roma se comenzó a imponer la ceniza, pero atentos al significado, sólo se la imponían aquellos que querían decir a los demás, de una manera pública, que habían comenzado en serio un camino de conversión es sus vidas. La ceniza era un testimonio público, una señal que les marcaba ante los demás.

Y es que la ceniza es de por sí un pequeño sacramento. Sabéis que se elabora con el ramaje con que se acogemos a Jesús en la celebración del domingo de Ramos del año anterior. Se queman las palmas, el romero, el laurel, el olivo… todo aquello que sirvió para la glorificación del Rey, se convierte en nada, en un pequeño residuo, en símbolo de penitencia. Así recordamos que lo que fue signo de exaltación, de poder y de gloria se queda reducido a cenizas. Buena enseñanza para desmontar todos nuestros deseos de grandeza y para ridiculizar la caduca superficialidad. En realidad, no hay más que darse una vuelta por la historia, donde los bienes perecederos o las glorias personales se esfuman como pompas de jabón.

Centrados en el amor

¿Por qué no centramos la cuaresma en el amor? Es un buen examen de conciencia. Peregrinar hacia el amor, como decíamos antiguamente: a Dios, a los hermanos y a mí mismo. Seguir a Cristo en estos cuarenta días de desierto, en este peregrinaje cuaresmal, es poner nuestros ojos en él, en este Dios que sabemos nos ama, que está lleno de ternura, que es misericordioso, que perdona todas nuestras culpas y que no tiene en cuenta nuestras huidas, nuestras ofensas, nuestras indiferencias. Que es el Padre bueno, que en Jesús (el verdadero hermano mayor), anda preocupado por cada uno de nosotros e interviene en la historia para marcar un rumbo diferente y proponer un nuevo horizonte. 

Así la cuaresma tiene otro color. ¡Si descubriéramos que el amor es el mayor regalo! Quizás podíamos pensar tan solo en esta cuarentena libremente elegida esta pregunta: ¿Qué es para mí creer en este momento de mi vida? ¡Ánimo y adelante!