Me escribe una buena amiga y me dice: “Está claro que mi Jesús se durmió como un ceporro en la barca y no acaba de despertar a pesar de los gritos que le doy. En fin, seguiré insistiendo”.
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Está ahí
Creo que puedo decir que es una buena amiga, de esas que hace años que no nos vemos y que, aún así, mantenemos el contacto. Es una buena amiga, de esas que cuando trabajábamos juntas tenía una palabra de ánimo sin ser aduladora y una palabra de crítica sin dañar a quien la recibe. No compartimos gran intimidad, ni muchos detalles personales y, sin embargo, sé que está ahí (lejos) y yo aquí (lejos) y a la vez nos cuidamos de algún misterioso modo. Sencillo, sin grandes aspavientos.
Tampoco es una mujer “de misa diaria”, ni con especial vinculación eclesial. Es una creyente “normal”, del montón, de las que aparentemente “no hacen” parroquia pero viven la vinculación con Jesús de un modo personal y firme.
Permanecer
No voy a comentar en profundidad el pasaje de la tempestad calmada (Mc 4; Lc 8; Mt 8). Voy a hacer memoria de la fe de esta mujer y de su capacidad para no dejar de gritar. Sin duda, tendrá gente cerca que la reprenda diciendo: “no grites, no molestes al Maestro”. Antes que a ella se lo dijeron al ciego Bartimeo (cf Mc 10,48), a la hemorroisa (Mc 5, 33), a Jairo (Mc 5, 35), a María de Betania (Jn 12,5) o a los niños que se acercaban a Jesús (Mc 10,13). Con sus gritos silenciosos, haciendo frente a la situación que la vida le ha traído (y que ella ha acogido), se une al grupo de tantos hombres y mujeres que expresan su fe así, insistiendo, no alejándose, creyendo en Él, permaneciendo… aunque aparentemente no haya respuesta.
Hay una fe que razona, que piensa, que se adhiere a una verdad, y es buena y necesaria. Claro que sí. Pero hay otra fe que hace saltar en pedazos la lógica, lo razonable, lo que se ve, lo que cabe esperar. Y es esta la que, en último término, nos permite seguir siendo quiénes somos. Nos permite obedecer en el sentido más bello de la palabra: hacer de su voluntad la nuestra. Repito: aún cuando aparentemente nadie responde.
Sin tirar la toalla
Es la fe de los que seguimos queriendo y creyendo a Jesús, el Maestro. Nuestro amigo. El Durmiente, como lo llama Dolores Aleixandre en “Jesús. 33 nombres nuevos”. No sólo es que estuviera cansado -con razón-, sino que, también Él se creía eso que rezamos en el salmo 127: “Dios lo da a sus amigos mientras duermen”.
Por si fuera poco, me quedo con una de las acepciones de “durmiente” que da la RAE y que también me ha descubierto este mismo libro: “Madero colocado horizontalmente y sobre el cual se apoyan otros, horizontales o verticales”.
A Carmen, esta amiga, me gustaría decirle, como viniendo de Jesús, el Durmientes: “tranquila, mujer, tu fe te ha salvado”. Pero no hace falta. Él mismo se lo dirá a su tiempo y a su manera. Y mientras tanto, ella seguirá insistiendo y su fe me ayudará a mí también a insistir y no tirar la toalla por la borda. En todo caso, dejarla apoyada en el Durmiente-madero de mi vida. Algo que consuela y ayuda, pero no nos ahorra tener que seguir gritando.