Gritarán las piedras


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Durante su homilía del Domingo de Ramos, en el que se inauguraba la Semana Santa y se celebraba la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco terminó su predicación con una dura advertencia dirigida a los jóvenes. Luego de invitarlos como lo hace habitualmente a la alegría, a la entrega generosa, al valiente seguimiento del Jesús, pronunció unas palabras que sonaron diferentes. Ya no se trataba de “hacer lío” ni de dar testimonio de sana rebeldía, sus palabras adquirieron un tono serio. Recordando el episodio en el que algunos dijeron a Jesús que haga callar a sus seguidores, y a quienes el Señor había respondido “si callan ellos gritarán las piedras”, Francisco se dirigió a los jóvenes y les advirtió que si no gritaban ellos “gritarán las piedras”. Con esa frase terminó su homilía.

¿Cómo gritan las piedras? Desgraciadamente lo sabemos muy bien: las piedras son las armas de los desesperados, las armas de los desarmados. Quizás, en esa ocasión, Jesús quiso decir que, si se impedía al pueblo alabarlo como rey, entonces podía ocurrir un disturbio violento. Las piedras siempre están a mano. Es probable que el Papa Francisco haya querido decirles a los jóvenes que hay dos alternativas: seguir al Maestro de la mansedumbre y la ternura o dejar hablar a las piedras. El Santo Padre habló de “gritar”: o gritan los jóvenes el Evangelio o “gritarán las piedras”. El contenido y el tono de la homilía del Domingo de Ramos estuvieron lejos de aquel simpático y tan repetido “hagan lío”. Fueron un desafío a asumir un compromiso maduro y valiente en un mundo en el que las piedras están gritando.

Seguramente aquel día hubiera sido solo una breve escaramuza: algunos judíos hubieran arrojado algunas piedras y la represión romana hubiera sido rápida y eficaz. Hoy no es así. Desde todos los rincones del planeta nos llegan escenas en las que se nos muestran a personas que reclaman por los más diversos temas, pero siempre hay algo en común: en unas manos piedras y enfrente cascos, escudos, caballos, gases, en ocasiones hasta tanques de guerra. La historia se repite y continúa. En ella los cristianos tenemos que elegir un lugar y una manera de gritar. Para lo que no hay espacio es para el silencio. Es muy probable que aquel día también habría quienes miraban a distancia, en silencio, pensando en como salir de ahí si las cosas se ponían difíciles.

El silencio ya no es opción, hay que elegir qué gritar: ¿alabaremos al que “viene en nombre del Señor”? ¿Gritaremos “crucifícalo, crucifícalo” con piedras en las manos, para acallar la ternura y la compasión? ¿La ternura y la compasión que hay en ese hombre o la que hay en cada uno de nosotros? De verdad: ¿a quien queremos apedrear?

Es un error imaginar la Pascua como un sol que brillará al final de este camino de Pasión. La Pascua está entremezclada con la Pasión. Mientras seguimos al Maestro cada minuto de dolor es a la vez una experiencia de resurrección. Cuando pensamos que ahora es tiempo de piedras y mañana será tiempo de paz y felicidad, entonces no entendimos nada. Ahora es tiempo de soltar las piedras, en las calles, en las Iglesias, en las familias; ahora es tiempo de gritar el nombre del Señor, de vivir y expresar nuestra esperanza cualquiera sea aquello que nos toque vivir para “completar en nosotros lo que falta a la Pasión de Cristo” (Col. 1,24). Ahora es tiempo de experimentar como, al abrir la mano para soltar la piedra, para perdonar, para a aceptar el dolor; entonces, en ese mismo instante, el Señor resucita en nosotros y el Espíritu empieza a soplar.

El Papa les ha dicho a los jóvenes, y a todos, que la Semana Santa no es solo el recuerdo de lo que pasó, sino de lo que está pasando.