Hoy celebramos, y no sólo en México, la fiesta de la Virgen de Guadalupe. La conmemoración, sin precedentes en nuestra cultura religiosa, ofrece muchos aspectos para el análisis, y no está demás una reflexión sobre el contenido teológico-social de la misma.
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Un primer enfoque tiene que ver con la veracidad-historicidad de los relatos que conforman la tradición guadalupana. Así como han existido numerosos enemigos de las apariciones, inclusive al interior de la misma jerarquía católica, así también son muchas las personas que las defienden argumentando, inclusive, datos científicos. Me parece que no es el camino para aprovechar al máximo este acontecimiento
Otras voces enfatizan el gran contenido socio-cultural de Guadalupe. Hay quienes afirman que ella es el vínculo de unión más claro para el pueblo mexicano -¿latinoamericano? ¿de habla hispana?-, su signo de identificación social, el acontecimiento fundante de la identidad nacional.
El folklore religioso encuentra en la Virgen de Guadalupe, quizá, su mayor vía de expresión, y es otro ángulo de este fenómeno que ha sido muy analizado. Las peregrinaciones a las basílicas y santuarios, con sus grupos de matlachines, por ejemplo, forman parte fundamental de las festividades religiosas. Sin embargo, hay dos elementos del evento guadalupano que se olvidan con frecuencia, y que se refieren a su contenido, dos preguntas que no es ocioso plantearnos.
En primer lugar, es muy importante preguntarnos en dónde se ubican las apariciones de la Virgen de Guadalupe. El que lo haga en el Tepeyac y no en Tenochtitlan no es un asunto menor. Esta ciudad representaba el centro de los poderes económico, político, ideológico y religioso de la época, y la Guadalupana escapa a ese centralismo para escoger un lugar apartado, al que exige que acudan quienes viven instalados en las comodidades de la gran ciudad.
Un segundo cuestionamiento se refiere al interlocutor de la Guadalupana: ¿a quién se le aparece? Es curioso que no sean el obispo, el poderoso política o económicamente, o el intelectual, quienes son escogidos por la Virgen para dialogar. Es un humilde indígena, que encarna a una población, todavía hoy, sumida en la miseria y en la marginación, objeto de dádivas más que del reconocimiento a su intrínseca dignidad.
Ojalá y el símbolo, el folklore, no supere al contenido del evento, no opaque su significado. De nada sirve sentirnos ‘guadalupanos’ porque tenemos una imagen de la Virgen de Guadalupe en la casa, o porque traemos colgada la medallita con su rostro. En la medida en que salgamos de nuestras comodidades y vayamos a los Tepeyac de hoy, para buscar y atender a los actuales Juan Diego, en esa medida seguiremos el mensaje de Guadalupe.
Pro-vocación
Y ya que tocamos el tema. Este pasado jueves, en la carretera que va de Chapa de Corzo a Tuxtla Gutiérrez, en el estado de Chiapas, México, un tráiler que llevaba ocultos y hacinados a dos centenas de migrantes volcó, dejando un saldo macabro de 54 muertos y decenas de lesionados. Como escribió el Arzobispo del lugar: “La sangre de estos hermanos clama al cielo; la corrupción institucionalizada clama al cielo; la indiferencia ante el dolor de los migrantes clama al cielo”.