¿Recuerdas cuál fue tu primera mascota? La primera de la cual tengo recuerdo es un perro que llegó un día a casa y allí se quedó. Mi abuelo decía que era de raza solovino (yo imaginaba que era de origen árabe), y mi hermana, en ese entonces de un año de edad, tuvo el privilegio de bautizarlo como “Guau”. Así que Guau era un espíritu libre que circulaba por el pueblo durante casi todo el día, pero llegaba por las tardes a casa a recostarse bajo el árbol de tamarindo de enfrente, y en las noches nos acompañaba a escuchar las historias del abuelo.
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En el sureste veracruzano, la caza y la pesca eran formas de sobrevivencia natural para las familias humildes de principios del siglo XX, y mi abuelo así había crecido, por lo que frecuentemente nos relataba sus salidas a cazar animales silvestres como tepezcuintles o armadillos. Él observaba fijamente a Guau y aseguraba que podía convertirlo en un gran cazador, y luego nos relataba las hazañas de sus perros, y por la forma en que se expresaba, se podía decir que amó mucho a sus canes.
A mí me costaba mucho trabajo entender ese tipo de cariño, es más, hubo un tiempo en que me asustaban los perros, al grado de evitar las calles en donde estuvieran o cruzar la acera para no encontrarme con uno de frente. Más adelante, mi miedo se tradujo en coraje, y después en desinterés. Criticaba a las personas que vestían a sus mascotas y no entendía como alguien podía subir a un perro a su cama. Pero usando un refrán del abuelo diría: “sabiduría y desengaños, aumentan con los años”, y con el tiempo he llegado a apreciar la compañía de una mascota en casa y entender ese otro refrán que reza: “entre más conozco a los hombres más admiro a los perros”.
Perros en el 79% de los hogares
Antes de continuar, debo resaltar que, en México, según Consulta Mitofsky, el 82% de hogares cuenta con una mascota y el perro está presente en el 79% de ellos. Después vienen los gatos con un 29% de las preferencias. Podríamos decir que prácticamente en el 65% de las familias, hay un perro como mascota. No por nada se le llama “el mejor amigo del hombre”.
Entonces, ¿es posible amar a una mascota? De entrada, habría que entender que la creación entera es obra del Amor de Dios, algo que a San Francisco de Asís, famoso por su humildad y cercanía con la naturaleza, le llevó a considerar “hermanos menores” a todos los animales. De San Francisco de Asís, escribe el papa Francisco: “En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior. Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un cálculo económico, porque para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño” (cfr. LS 10-11). Y el Papa nos regala en su encíclica Laudato Sí, una reflexión iluminadora: “En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de San Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio”.
Ciertamente, a muchas personas, les desagradan las mascotas, pero si me permiten hablar desde mi experiencia, se trata de seres que se integran a la familia de una manera formidable, dándole otra dimensión a las interrelaciones. Por supuesto que requieren de sus espacios, alimento y cuidado, pero lo compensan con un cariño inagotable, paciencia sorprendente y una fidelidad a toda prueba. Desde Guau hasta Loki, mi perrito actual, las mascotas me han demostrado que son capaces de regalarnos momentos inolvidables. En estos días en que muchas personas enfrentan el aislamiento por el efecto de la pandemia, he podido observar que un perrito de compañía, resulta ser un incentivo para la recuperación de la persona enferma y un agente que combate la tristeza y la soledad. Hay mucha evidencia científica respecto a que las mascotas mejoran y enriquecen la vida y la salud de las personas. Su compañía, su instinto de protección, las cosas que son capaces de aprender y de expresar, las convierten incluso en apoyo psicológico para las familias, siendo capaces de reducir niveles de estrés y tendencias suicidas, algo de mucho apoyo en época de distanciamiento social.
Como dice una conocida canción ochentera: “Yo no sé si es amor, pero parece que sí”. Al menos, un tipo de amor diferente, un amor a lo creado que además nos corresponde de una forma sorprendente. Te invito a cuidarlos mucho y a seguirnos cuidando también nosotros.