Si la semana pasada hablábamos de los precios de la energía y de su elevación continuada, hoy voy a introducir una reflexión sobre nuestro consumo de energía y de otros productos primarios. Porque está demostrado que cuando incrementamos nuestra renta per cápita (no solamente en nuestro país sino que este es un fenómeno generalizado en muchos lugares del mundo) el consumo de kilovatios por persona y año también aumenta. Las naciones y las personas más ricas, consumimos mucha más energía y otros productos primarios que quienes tienen menos ingresos.
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Para mantener estos elevados niveles de consumo de energía y de productos primarios, tenemos que importar grandes cantidades de estos bienes. Cuando el mundo está tranquilo y no hay nada extraordinario, estas importaciones no tienen mayor complicación. Los flujos comerciales fluyen de unos lugares a otros y gracias al mercado, se dan intercambios que pretenden ser positivos para todos los lados. Sin embargo, el sistema es muy frágil como han demostrado las dos situaciones más distorsionadoras de estos últimos años: la pandemia y la guerra de Ucrania.
Dependencia de productos
Porque la dependencia de los productos de otros países para mantener nuestro nivel de vida hace que si en algún momento se quiebra el sistema de transporte y logístico para trasladarlo de un lugar a otro, o bien los suministradores entran en dinámicas que imposibilitan el comercio, estamos totalmente a su disposición y tenemos que afrontar un problema económico mayúsculo. Los pronósticos de algunos defensores del sistema económico actual que podemos calificar como “buenistas” y que afirman que el comercio internacional va a impedir la violencia internacional porque los intercambios facilitan el acercamiento entre las partes, no parecen cumplirse siempre.
Más bien, parece que la política internacional se mueve por otros derroteros menos pacíficos, de manera que los grandes consumidores de energía y de otros productos buscan que en los países suministradores haya gobiernos afines que sigan vendiéndoles los productos que necesitan y que no les corten el suministro de los mismos. La dependencia mutua produce un juego de poder en el que todos quieren garantizarse que tienen la sartén por el mango.
Todo parece confirmar aquello que decía Rosa de Luxemburgo a principios del pasado siglo ligando el capitalismo y el imperialismo, diciendo que el primero necesita del segundo para poder garantizar sus niveles de crecimiento económico. La dependencia que tenemos de los productos rusos y ucranianos en Europa, nos pasa factura en este momento abocándonos a algunos problemas económicos graves a corto plazo y son elementos que tienen muy en cuenta quienes inician y mantienen las actuaciones bélicas en este momento.