“Según el ‘bushidō’ (武士道), antiguo código ético del guerrero en Japón, el ideal del samurai era vivir con pasión o vivir con belleza (美しく生きる, leído “utsukushiku ikiru”), es decir, vivir con sinceridad y con belleza interior aunque la vida fuera corta” (https://japon-secreto.com/). Por eso la flor del cerezo, –sakura en japonés– es el símbolo perfecto del guerrero. Es la flor nacional y símbolo del país.
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Pero, sobre todo, la flor del cerezo es tan frágil que recuerda lo efímero de la vida (los pétalos suelen caer tras una semana de esplendor) y, a la vez, el comienzo de una nueva. En Japón, además, coincide la floración con el cierre del año fiscal y el curso escolar, a finales de marzo.
Aun sin conocer Japón
No conozco Japón, pero ¿quién de nosotros no puede experimentar como propia esta metáfora del cerezo en flor? La belleza tiene esa extraña capacidad para captar nuestra atención y deseo. Si esa belleza es además frágil y efímera suele imprimir en nosotros una especie de punzada en las entrañas que nos atrae aún más y nos previene a la vez (nos asusta todo lo bueno que puede acabar pronto). Todo cambio de etapa y mucho más, un cambio vital, nos genera vértigo e inseguridad. Por eso, debe ser precioso celebrar cada nuevo comienzo (y el duelo por aquello que acaba) como si fuera una suave lluvia de pétalos cayendo del cerezo. Si os suena demasiado flojo y sensiblón, volvamos al inicio: la misma flor de cerezo es el símbolo del guerrero, de quien elige vivir con pasión apostando por lo bello y bueno y verdadero, por efímero que sea.
Conozco gente así y de todas las edades:
- Ancianos que afronta la última etapa de su vida con una suave nostalgia que les empuja a asombrarse de cualquier gesto de belleza sincero, con agradecimiento a lo vivido y abiertos (más que nunca) a lo que la vida traiga.
- Adultos a mitad de la vida que toman decisiones dolorosas o incluso incomprensibles por sinceridad con ellos mismos, por no resignarse a una vida correcta pero sin pasión, por no renunciar a ir más allá, por honrar la vida.
- Jóvenes que hacen de sus sueños, su pasión; y se niegan a reducirlos a pura estética o a puro discurso. Toman decisiones, se arriesgan, proyectan, se comprometen y desoyen a la fragilidad de lo efímero que te susurra: “no vale la pena”.
“Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos”, decía Pablo Neruda. Todos necesitamos primaveras en nuestra vida, ¿o no? Cualquier gesto o acción que nos haga brotar, florecer, ser fecundos, abrirnos sin medida y sin calcular lo que va a durar.
Julio no es tiempo de cerezos en flor, pero sí de “guerreros sakura”: Pablo cambia de ciudad con su mujer y sus niños porque están convencidos de que será lo mejor para ellos, aun perdiendo el trabajo y en espera de encontrar otro. Mali ha iniciado un acompañamiento terapéutico para tomar la vida en sus manos y dejar de culpar a otros de sus miedos, tristezas y obsesiones. John ha sido ordenado sacerdote lejos de su país natal, ofreciendo su joven vida. Alicia ha iniciado los Ejercicios Espirituales de mes porque quiere escuchar a Dios y decidir su vida con Él. Mª José ha aceptado hacer maletas para un nuevo destino a sus 84 años y lo hace sin victimismos ni rencor, aunque está convencida de que es un error. Jorge hace hoy su profesión perpetua y sabe bien de tantas carencias y agujeros en la Iglesia y la Vida Religiosa actual, pero ha conocido a Alguien que hace con nosotros lo que la primavera hace con los cerezos. Y como un guerrero samurai ha elegido la vida, aquí y ahora, por frágil y efímera que sea. Porque está convencido de que después de esta vendrán tantas floraciones como Dios y él quieran.
¡Gracias, guerreros sakura!, ¡gracias, amigos de la belleza y la pasión por efímera que sea!