Guetos y armarios en la Iglesia


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Madre, maestra y experta en humanidad. Así es la Iglesia, aunque no todos sus hijos le hayan salido igual. Sorprende la virulencia de algunos de ellos contra los colectivos más maltratados en su seno. La historia eclesial no ha sido propicia para las mujeres y los homosexuales solo aparecen mencionados en el capítulo de las depravaciones.

Hoy, como reacción también fundamentalista a la ideología de género, este colectivo es señalado con saña por los católicos que han visto cómo, desde la llegada de Francisco, se habla hasta de lo que no estaba en los escritos. Y, encima, hay curas que predican sobre la acogida a los homosexuales en encuentros mundiales presididos por él. Sorprende, sí, el menosprecio (que también destilan reflexiones episcopales poco afortunadas), el deseo de acotar su visibilidad en la Iglesia.

Creo una perogrullada afirmar que hay sacerdotes homosexuales, como también frailes, monjas y laicos. Lo raro sería que no. Otra cosa es admitirlo, porque esta Iglesia aún no está preparada para entender que lo importante no es que no sean heterosexuales, sino que sean buenas personas y célibes.

Pero esto no basta, y los espíritus más puros, que da la sensación de que sueñan con marcar con un triángulo rosa a estas personas, estigmatizan sin piedad a sacerdotes que trabajan en parroquias y son sensibles a estos colectivos, le recuerdan al mismo Papa los vetos para la admisión de estas personas al seminario (a quienes responsabilizan de la pederastia) o anatematizan espectáculos musicales porque Jesús les parece tibio y poco masculino.

Lamentablemente, estos cristianos, con los pastores que les animan, son también hijos de este tiempo, que está incubando un pensamiento totalitario y supremacista, un cristianismo excluyente solo aptos para quienes vienen de serie sin pecado original.

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