La reciente entrevista concedida por el Papa a un programa de televisión español –’Salvados’, de La Sexta– vuelve a poner en escena la sorprendente manera que tiene Francisco de comunicarse: siempre se lo puede ver cómodo cuando habla desde los márgenes de la Iglesia, cuando se expone a situaciones y diálogos atrevidos. Sus mensajes están dirigidos a todos, pero el lugar desde el que habla no acostumbra a ser el que tradicionalmente han utilizado papas, obispos o sacerdotes.
Al participar de un programa de esas características, Francisco habla desde un sitio que visto desde la Iglesia resulta “marginal”, pero que si se lo observa desde “el otro lado”, desde donde observa la sociedad en su conjunto, es un espacio en el cual lo “marginal” es la Iglesia. Seguramente para muchos de los habituales seguidores del programa la entrevista con el Papa significaba el acercamiento a un personaje extraño y procedente de una periferia social.
Esa manera de comunicar que tiene Francisco está reflejada también en sus viajes. El primero fue a Lampedusa, una isla del mediterráneo que hasta esa visita papal era solo famosa por sus playas paradisíacas pero que, desde entonces, es conocida por los miles de migrantes que llegan a sus costas o mueren ahogados al intentarlo. Con su presencia, Francisco exhibió ante el mundo el drama que allí se vivía y desde ese sitio se dirigió a los poderosos de Europa y del mundo.
Con excepción de su viaje a Estados Unidos para participar del Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia, sus viajes lo han llevado a los países más pobres y de diferentes maneras “marginales”. Incluso su visita a México estuvo marcada por su condición de país “marginal” con respecto a su vecino del norte, y por su especial situación, como camino de paso para miles de refugiados que intentan escapar de los diferentes dramas que arrasan los países centroamericanos.
En el año 2015, la Puerta Santa antes de abrirse en Roma se abrió en Bangui, capital de la República Centroafricana. Desde ese escenario dirigió el Papa al mundo su mensaje del Año de la Misericordia. Cuando se anunció que Francisco inauguraría el Año Santo desde allí el mundo entero comenzó a preguntarse dónde quedaba ese lugar. Hasta los periodistas mejor informados tuvieron que recurrir a Google para enterarse de algo que el Papa conocía muy bien.
Este año Francisco viajó a los Emiratos Árabes, después a Marruecos, y pronto lo hará a Bulgaria, Macedonia y Rumanía. Aún no ha visitado muchos países llamados “centrales”, ni a la católica España ni a su tierra natal Argentina. ¿Acaso no le interesa que su palabra llegue a esas sociedades o trata de que su mensaje llegue a ellas pero desde los márgenes, desde aquellos sitios que en muchos casos son desconocidos para los habitantes de esos países?
No debería sorprender esta manera de actuar en un Papa que constantemente llama a los hijos de la Iglesia a dirigirse con audacia hacia las periferias existenciales. Lo sorprendente es que nos hayamos acostumbrado a ver a los sucesores de los Apóstoles ocupando primeros lugares y alternando diariamente con los poderosos de la tierra.
Ponerse en juego
“Solo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia”, dijo el Papa en el Mensaje para la 48ª Jornada de las Comunicaciones Sociales. Esa actitud suya de arriesgarse permanentemente es lo que lo ha convertido en “punto de referencia”. Eso es lo que logra al aceptar entrevistas desafiantes y al emprender viajes y realizar gestos que están cargados de múltiples significados.
Ese es el mensaje que deberíamos escuchar y poner en práctica quienes vivimos en sociedades en las que la palabra de la Iglesia ha perdido vigor y actualidad. Ponerse en juego, arriesgarse, hablar desde las periferias, generar incomodidad en los que están cómodos; no se trata de acciones que descubrió del Papa del fin del mundo, lo hizo mucho antes el Maestro de Galilea.