La incomunicación me aterra. No hablo del silencio. Tampoco de esa sana prudencia o el gusto por equilibrar la reserva de la propia intimidad. Me refiero a vivir in-comunicados. Me he dado más cuenta últimamente.
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Al acabar un año y empezar otro, tal como ocurre en cualquier momento de cambio, es inevitable hacer cierto balance, decirte a ti mismo qué has aprendido y ojalá también qué has desaprendido. Es momento de dar por terminado lo que ya no tiene sentido y de apostar por lo que esté creciendo y te haga crecer.
Mucho tiempo
Un año tiene muchos días y muchas horas. En un año puede pasar de todo. Terminarán relaciones que ahora nos parecen profundas y consistentes; no lo eran tanto. Conoceremos a personas nuevas que merecerán mucho la pena y algunas, puede que incluso nos cambien la vida. Puede que enfermemos o enferme gente a la que amamos. Tomaremos decisiones que ni siquiera intuimos ahora y tendremos que elegir en cada momento en función de qué valores, principios o reglas queremos vivir. Quizá surjan proyectos nuevos o se quiebre alguno que ahora nos parece esencial. No tenemos ni idea de lo que va a pasar en los próximos meses: lecturas, canciones, cine, teatro, caminatas, viajes, conversaciones, bailes, familia, soledades…. Un año es mucho tiempo.
De hecho, si miras hacia atrás lo que viviste en el último año: ¿cuántas novedades no esperadas?, ¿cuántos asuntos enquistados en los que no avanzas?, ¿cuántas alegrías y regalos gratuitamente recibidos?, ¿cuánto amor dado y recibido?, ¿cuántas tristezas y decepciones aceptadas y sanadas?, ¿cuántos intentos?, ¿cuánto crecimiento?
Lo que está por venir
Pues todo ello, todo lo que venga y esté por venir, formará parte de nuestra vida. Y siempre podremos elegir cómo vivirlo. Quizá no nos guste, pero esa es la realidad. No es resignación, ¡al contrario! Aceptar es una de las cosas más difíciles que hay aunque sepamos, en el fondo, que es el único camino.
Se atribuye a Buda la frase: «el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional». Pues eso es, en, gran parte, el sufrimiento: resistirnos a aceptar la realidad. Aceptar es de valientes. Aceptar es no permitir que nadie decida nuestra vida o nuestro año por nosotros mismos. Aceptar es permitirnos gritar alguna vez “si es posible, pase de mí este cáliz”, para seguidamente afirmar como Jesús, de corazón, “hágase tu voluntad”.
Relacionarse
Pues bien: cada vez voy viendo más que por mucho autoconocimiento (muy necesario) y autocuidado (muy recomendable) que hagamos, nada verdaderamente humano se juega sin relación. Lo veo en mí misma, lo veo en personas cercanas. Sin los demás, todo lo humano se desvirtúa, se deteriora. Y no hay relación sin comunicarnos, es decir sin “hacer a una persona partícipe de lo que se tiene” (RAE). Es una gran definición.
No basta con saber lo que hemos vivido y lo que queremos vivir; necesitamos comunicarlo y que alguien lo acoja. De una manera u otra necesitamos hacer partícipes a otros de lo que tenemos, de lo que somos. Cuando no lo hacemos o no lo recibimos (que tan comunicación es contar como escuchar), todo se enturbia. Por eso me aterra. Nos va separando, nos aísla. Estar con alguien y descubrir que no tenéis nada que participaros es triste. Si os habéis querido mucho, es terrible.
Participarnos
Pero puede pasar. Podemos acostumbrarnos a vivir sin “participarnos”, sin dejarnos “decir” por otros, sin contrastar lo nuestro con los demás, sin escuchar, sin interesarnos, sin mostrarnos. No es un buen plan. Ojalá elijamos vivir lo que la vida nos vaya trayendo con otros y, así, aceptarla, lucharla, cuidarla y quererla mucho. Y si por alguna razón decides que alguien deje de formar parte de su vida, díselo, háblalo; permitiros ese último gesto de generosidad y de belleza: ¡habladlo, comunicaos!
Comienza un nuevo tiempo, un nuevo año. No dejemos conversaciones pendientes. Lo no hablado se pierde y en muchos casos, ni siquiera se sana. Hablemos, hablemos, ¡compartamos! Con los amigos, con la familia, en el trabajo, en la calle, en política, en todo. Lo gozoso y lo desagradable, lo que crece y o que tiene que terminar. Hablemos. Con palabras o sin ellas. Pero, por favor, no colaboremos con más incomunicación y distancia. Nos deshumaniza tanto… nos daña tanto… Y cuando dentro de un año volvamos la vista atrás, sea como sea, no podamos decir que no intentamos hacer nuestro entorno más amable y humano. Feliz comunicación. Feliz año nuevo.