Cada cierto tiempo salta la noticia de ataques de lobos en explotaciones ganaderas. El último, hace unos pocos días en la localidad riojana de Nieva de Cameros, donde al menos han muerto dos ovejas. Parece claro que habrá que saber compaginar la protección al lobo y los intereses de los ganaderos, porque lo cierto es que el lobo, por naturaleza, seguirá cazando, si puede.
El peligro del animal
En la Biblia, en el contexto de una sociedad agraria preindustrial, el lobo es considerado como un peligro para la vida humana y sus propiedades. En las bendiciones de Jacob a sus hijos antes de morir, Benjamín es calificado de “lobo rapaz: por la mañana devora la presa, por la tarde reparte los despojos” (Gn 49,27).
En los profetas hay varios textos que mencionan al lobo. Jeremías, dirigiendo graves amenazas a Israel, une a lobos con otros peligrosos animales: “Por eso los atacará el león de la selva, un lobo estepario los va a destrozar, un leopardo acechará por sus ciudades” (Jr 5,6). El profeta Habacuc, anunciando la invasión de Judá, dice: “Sus caballos, más veloces que panteras, más feroces que lobos nocturnos. Sus jinetes cargan, de lejos cabalgan, vuelan como águila lanzada sobre su presa. Todo en ellos es violencia” (Hab 1,8-9). Y Ezequiel, en un ataque a la ciudad de Jerusalén, en cuanto sanguinaria y criminal, afirma: “Sus funcionarios son como lobos que desgarran una presa: derraman sangre y eliminan gente para sacar provecho” (Ez 22,27). Es probable que, sin nombrar al lobo, esté detrás de la imagen de los falsos pastores que no se ocupan como deben del rebaño: “Me voy a enfrentar con los pastores: les reclamaré mi rebaño, dejarán de apacentar el rebaño, y ya no podrán apacentarse a sí mismos. Libraré mi rebaño de sus fauces, para que no les sirva de alimento” (Ez 34,10).
Incluso en el Nuevo Testamento también el lobo se ajusta a esa plantilla de animal sanguinario. Así lo vemos en Mt 7,15: “Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces”. Y en 10,16: “Mirad que yo os envío como ovejas entre lobos”.
De esta manera, lobos y corderos se convierten en modelo de una convivencia tan imposible como indeseable: “¿Cómo puede convivir el lobo con el cordero? Lo mismo ocurre con el pecador y el piadoso” (Eclo 13,17).
Sin embargo, quizá por eso mismo, cuando Isaías imagina el futuro mesiánico, lo hará precisamente trastocando el orden natural: “Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor” (Is 11,6); “El lobo y el cordero pacerán juntos, el león y el ganado comerán forraje, la serpiente se nutrirá de polvo. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo –dice el Señor–” (65,25).
Muchos años más tarde, el poeta José Agustín Goytisolo escribirá: “Érase una vez / un lobito bueno / al que maltrataban / todos los corderos […] Todas estas cosas / había una vez, / cuando yo soñaba / un mundo al revés”.