La propuesta
“Pensando en el mar, que une a tantas comunidades creyentes diferentes, creo que podemos reflexionar sobre rutas más sinérgicas, quizás incluso considerando la oportunidad de una Conferencia de Obispos Mediterráneos”. Este fue uno de los deseos que soltó como quien no quiere la cosa el 24 de septiembre durante la clausura en Marsella de los Encuentros Mediterráneos.
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Se preguntaba en su crónica José Beltrán “¿qué objetivo tendría esta nueva conferencia episcopal?” y en este sentido recogía las palabras del Papa que la presentó como una “estela de luz” que “permita más posibilidades de intercambio y que dé mayor representatividad eclesial a la región”. “Pensando también en la cuestión portuaria y migratoria, podría ser fructífero trabajar por una pastoral específica aún más coordinada, de manera que las diócesis más expuestas puedan asegurar una mejor asistencia espiritual y humana a las hermanas y hermanos que llegan necesitados”, añadía Francisco.
El pontífice pedía a los obispos: “No agobiemos a las personas con cargas, sino aligeremos sus fatigas en nombre del Evangelio de la misericordia, para distribuir con alegría el consuelo de Jesús a una humanidad cansada y herida”. “Que la Iglesia sea un puerto de esperanza para los desalentados.Que sea un puerto de consuelo, donde la gente se sienta animada a navegar por la vida con la fuerza incomparable de la alegría de Cristo”, alentaba el Papa.
¿El fracaso?
Puede contrastar este impulso pontificio con la evolución que ha sufrido la Comisión de Conferencias Episcopales Europeas tal como lo cuenta el interesantísimo estudio de Francesca Perugi, ‘Storia de una sconfitta. Carlo Maria Martini e la Chiesa in Europa (1986-1993)’ (Carocci editore, 2022) que en español sería “Historia de una derrota” y que analiza la figura del cardenal jesuita Martini y el papel institucional de Europa. Un ensayo que se reimprimió al poco de publicarse en 2023 y que descubrí gracias a un comentario en la web ‘Settimana News’.
En el libro surge un grupo que los críticos con Francisco han aireado como teoría conspiranoica en los primeros años de pontificado, el pequeño grupo de obispos que tras el Vaticano II se reunió en Suiza, primero en Chur y después en la abadía de San Galo como fueron los prelados Roger Etchegeray (Marsella), Franz König (Viena), Ivo Fürer (obispo anfitrión), Godfried Danneels (Bruselas), Karl Lehmann (Maguncia, Alemania), Audrys Juozas Bačkis (Vilnius, Lituania), Adrianus van Luyn (Rotterdam, Holanda), Walter Kasper (entonces en Stuttgart, Alemania), Basil Hume (Londres), Murphy O’Connors (Londres), Achille Silvestrini (Roma) y Carlo Maria Martini (Milán) junto alguno más dependiendo de las convocatorias. De este grupo surgen las bases de la estructura representativa de los obispos europeos –el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa, CCEE– y de los pertenecientes a la Unión Europea –la Comisión de Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea, Comece– como parte de su reflexión sobre el diálogo con el mundo y la evangelización de Europa en tiempos de secularización. Una propuesta sensiblemente diferente en su planteamiento a la del ‘neocristianismo’ de Joseph Ratzinger seguido por figuras como Juan Pablo II, Camillo Ruini y Angelo Sodano.
La derrota de la que habla Perugi en su libro es que con Juan Pablo II la segunda opción se anteponte a la de San Galo que proponía que el cristianismo pudiera habitar la cultura secularizada de Europa desde el testimonio. Frente a esto, el neocristianismo proponía una vigorosa afirmación de la centralidad de Cristo y someterse, tanto en el plano civil como en el legislativo, a los valores éticos consagrados por la doctrina de la Iglesia. Esta contraposición la han sacado a relucir de nuevo algunos tradicionalistas italianos al presentar a este grupo de obispos, que funcionaba como un “cenáculo”, como un poderoso lobby de presión casi mafioso. De hecho, la historiadora demuestra la opción de estos prelados de no optar por el enfrentamiento con la curia romana.
En su nacimiento, CCEE surgió con su impulso dialogante, aunque tensiones con los países de reciente historia comunista provocaron la creación de la Comece –heredera de ese método del diálogo– para salir del círculo de las tensiones continuas. Aunque con un papel institucional y orgánico poco definido se impulsaron orientaciones compartidas sobre el diálogo ecuménico, el sentido de la evangelización en Europa en la modernidad o la búsqueda de la colegialidad episcopal como impulsarán sus presidentes Etchegaray (1971-1979), Hume (1979-1986) o el propio Martini (1986-1993) que sortearon cuestiones como el hecho de que “las Iglesias orientales corrían el peligro de volver a proponer, en una nueva condición, patrones y modelos del pasado pre-soviético, mientras que el gran desafío para la Iglesia, para todas las Iglesias cristianas, era en cambio tener en cuenta los cambios de la sociedad para evitar perseguir ideales imposibles o intentar reconstruir estructuras que ya no son pertinentes” por lo que la Iglesia se proponía “mostrar que es posible vivir en una civilización tecnológica y secularizada, no sólo sin renegar de la fe cristiana, sino experimentando su pertinencia para la situación contemporánea”.
Un proyecto que se fue olvidando con el cambio de obispos nombrados por Juan Pablo II en Italia. Cuenta Lorenzo Prezzi que en esta época “mientras que la referencia de Martini a las ‘raíces’ europeas se declinaba en plural, para Wojtyla las ‘raíces’ eran cristianas y, en particular, católicas. Para el primero, el catolicismo podía evangelizar la secularidad; para el segundo, debía sustituirla en un contexto ahora posmoderno. Para la CCEE, era tarea indelegable de las Iglesias de Occidente demostrar la viabilidad del catolicismo (y del cristianismo) en una sociedad ahora más allá de la satisfacción de las necesidades básicas. Para Wojtyla, la victoria sobre el comunismo exigía denunciar las derivas consumistas y antihumanas de una sociedad que ya no sentía la necesidad de Dios”. Y como estas se cuentan más cosas… escenificándose la derrota total en el sínodo sobre Europa de 1991 donde toda mención a la CCEE se anuló desde la maquinaria curial vaticana –y Martini sería destituido dos años después cerrando su ciclo–. Desde entonces el papel de este organismo no parece haber ganado en liderazgo, significatividad o relevancia especial. Ante esto, uno no sabe si crear la Conferencia Mediterránea o rescatar la Europea.