Un consistorio, el acto en el que el Papa crea nuevos cardenales, es un momento en el que no solo los nuevos príncipes de la Iglesia están en Roma, muchos de los actuales también lo están, y es difícil no mirarles y preguntarnos si es posible que estemos viendo entre ellos al futuro papa.
Ellos tienen la responsabilidad de entrar en la Capilla Sixtina para elegir a su nuevo jefe. En el pasado, parecía sencillo adivinar el impacto de dicho consistorio en una elección papal. Si el papa llenaba el tablero de conservadores o liberales, se aseguraba una sucesión por ese lado; si un papa nombraba más responsables de la curia que obispos residentes, eso inclinaría la balanza hacia un papa con unos antecedentes vaticanos, y así con todo.
Aunque, realmente, estos sistemas no siempre han sido exactos. En 1978, la teoría era que Juan XXIII y Pablo VI habían creado un gran número de moderados/progresistas inspirados por el espíritu reformador del Concilio Vaticano II, aunque el segundo cónclave de aquel fatídico año nombró a Juan Pablo II. Igualmente, tras Juan Pablo II y Benedicto XVI muchos progresistas tiraron la toalla de ver otro papa favorable a sus esquemas y, sin embargo, el cónclave de 2013 eligió a Francisco.
“Detrás de un papa delgado siempre viene uno gordo”
Como dice el viejo dicho italiano, “detrás de un papa delgado siempre viene uno gordo”, que significa que suele haber una dinámica de péndulo en las elecciones papales, porque se elige un tipo diferente para remediar las deficiencias del anterior, o simplemente porque la gente se ha cansado de una forma de dirigir la Iglesia y buscan un cambio.
Mirando las seis últimas elecciones, dos veces ganó un cabeza de serie (Pablo VI en 1963 y Benedicto XVI en 2005), mientras que fueron sorpresa otros cuatro: Juan XXIII en 1958, Juan Pablo I y Juan Pablo II en 1978 y Francisco en 2013. Pero si las elecciones papales son difícilmente previsibles, los cinco consistorios –hasta ahora– de Francisco, en los que ha creado 61 cardenales incluyendo 15 de países que nunca habían tenido un príncipe de la Iglesia antes, ha provocado que anticipar el resultado el próximo cónclave sea tarea imposible.
En esta reforma del colegio cardenalicio de Francisco, nadie tiene ni idea de lo que puede pasar, y el que crea que sí, probablemente quiera venderte la moto. En los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, la mayoría de los prelados creados para el Colegio cardenalicio lo eran en cantidades equilibradas y uno podía más o menos adivinar el tipo de papa que estaban buscando. Cuando Juan Pablo II nombró al australiano George Pell en 2003, por ejemplo, no era descabellado pensar que Pell no apoyaría un flamante liberal para la silla de Pedro… Cuando Benedicto XVI creó 18 cardenales en 2007 y siete de ellos eran de la curia, era lógico pensar que no serían contrarios a un papa que procediera del servicio vaticano.
Burkina Faso o Laos, universalidad real
Si alguien dice saber por dónde se decanta el cardenal Philippe Nakellentuba Ouédraogo, de Burkina Faso, o el cardenal Maurice Evenor Piat ,de Mauricio, o Berhaneyesus Demerew Souraphiel, de Etiopía, o el cardenal Louis-Marie Ling Mangkhanekhoun, de Laos, me encantaría oírlo.
No se trata solo de que Francisco haya introducido una gran cantidad de personas desconocidas en el colegio cardenalicio, es también que estos hombres representan culturas y experiencias en las que los asuntos habituales que ocupan las discusiones del catolicismo occidental, o bien no cuentan mucho o no cuentan para nada. En Irak, por ejemplo, donde el nuevo cardenal lidera la Iglesia Caldea, no se pierde energía en debates sobre ‘Amoris laetitia’ o la intercomunión… el esfuerzo se pone en mantener la comunidad cristiana a flote. En la República Centroafricana, de donde viene el cardenal Dieudonné Nzapalainga, la realidad del conflicto entre musulmanes y cristianos hace que el tema de las mujeres diaconisas se vea de lejos.
Todo esto hace que el próximo cónclave sea complejo y fascinante. Si el conclave de 1978 que eligió a Juan Pablo II rompió el monopolio italiano del papado, y el cónclave de 2013 hizo lo mismo con el monopolio europeo, la próxima elección puede muy bien ser la rotura del monopolio de la psicología y la política occidental. Será realmente, y en otras palabras, el primer conclave universal, imposible de predecir e imprescindible de seguir en televisión.